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martes, 30 de abril de 2013

LA ORDEN DEL TEMPLE y los Caballeros Templarios SIEMPRE A TU LADO...

Vamos a compartir algo con ustedes.... 

cosas simples, pero maravillosas ya están pasando...

Hace unos días, que no se habla del Logo del Priorato, ese emblema que los hermanos del Temple, los Caballeros Templarios de la Orden, canalizaron como escudo del nuevo Priorato para protección de los futuros miembros mas allá de su identificación.

33 logotipos fueron acercados y solo 4 fueron elegidos, pues eran la manifestación fiel de lo canalizado por los morgues en Europa y Jerusalem.

En medio de esta actividad de desarrollo de este mandala, varias personas, solicitaron asistencia para enfermos de seres queridos y conocidos en estado angustioso. Luego de pedir su autorización, se le envío este emblema junto a una bendición y los resultados en 3 días fueron muy particulares. Aquí no vamos a contarlo porque son personales, pero...

Les puedo asegurar, que la mejoría fue sustancial y no casual, y alguno otro, tuvo también una experiencia singular con el, dando como resultado que lo que vieron los hermanos de la Orden en este emblema es mas que un logo, es un mandala, un escudo, un mantra, que protege a quien lo lleva. 

Lo que estoy comentando es muy real y son testimonios de gente que esta aquí y si leen esto y quiere contarlo, son libres de hacerlo, pues son testimonios muy fuertes y de mucha FE... 

Como siempre dije, esta no es una Orden neo Templaria, ni un club Templario, aquí esta la Orden Ancestral del Temple y este es solo un grano de arena de muestra. No se juega a los Templarios, nosotros tenemos el privilegio de estar y vivir muy cerca del Temple y del Priorato Secreto o Templi Secretum, los Templarios Iniciados en los misterios mas sagrados.- 

Saludos



nnDnn

lunes, 22 de abril de 2013

La Piedra del Destino

La Piedra del Destino, también conocida como Piedra de Scone o Piedra de la Coronación (en Gaélico escocés clach-na-cinneamhain, clach Sgàin o también Lia(th) Fàil), es un bloque de piedra arenisca, históricamente conservada en la Abadía de Scone (hoy derruida y sustituida por el Palacio de Scone), que se empleaba en las ceremonias de coronación de los reyes escoceses durante la Edad Media. En el siglo XIII la Piedra fue capturada por el rey Eduardo I de Inglaterra y llevada a la Abadía de Westminster en Londres, para emplearla en la coronación de los reyes ingleses. En 1996, el Gobierno Británico decidió devolver la Piedra a Escocia, con la condición de que volviera a Londres para su uso en futuras coronaciones, por lo que ahora puede ser vista en el Castillo de Edimburgo, junto con las joyas de la corona escocesa.

La leyenda oficial de los reinos de Escocia e Inglaterra afirma que la Piedra del Destino es la utilizada por Jacob para apoyar la cabeza en el pasaje del Génesis en el que sueña con la llamada Escalera de Jacob (Génesis 28:10-18). Luego la leyenda sostiene que esta roca fue robada al heredero de la Piedra de Jacob, Moisés, luego que este la dejara a orillas del mar rojo en la guerra contra Egipto y fue llevada a Escocia por la hija de un Faraón egipcio, llamada Scota o Scot, apóstol de los pictos, durante su tarea de evangelización.

Scota era la hija de un faraón egipcio, un contemporáneo de Moisés, que se casó con Geytholos (Goidel Glas) y se convirtió en la fundadora epónima de los escoceses y los galos después de ser exiliados de Egypto. Las primeras fuentes de Escocia afirman que Geytholos era "un rey de los países de Grecia, Neolus o Heolaus, por su nombre", que fue exiliado a Egipto y entró al servicio del Faraón, casándose con la hija del Faraón llamada Scota.

Varias versiones hay de cómo llegó a ser Gaythelos y su esposa expulsados de Egipto, por una revuelta tras la muerte de Faraón y su ejército en el Mar Rojo, tras ser derrotados por Moisés, o en el terror de las plagas de Egipto, o después de la invasión de los etíopes, se les da, pero el resultado es que Gaythelos y Scota se exiliaron juntos con los nobles griegos y egipcios, y asombrado los príncipes por el poder creciente del Jefe de los hebreos y por las plagas que cayeron sobre Egipto, huyeron de aquel país y se vinieron a España, trayéndose la Piedra de Jacob que ya tenía fama de operar grandes prodigios y de dar suerte y protección a quien la poseía, y se instalan en Hispania después de vagar durante muchos años.

Es en la Península Ibérica donde se asientan en la esquina noroeste de la tierra, en un lugar llamado Brigantia (en la ciudad de La Coruña , que los romanos conocían como Brigantium ). A pesar de que estas leyendas varían, todos coinciden en que Scota fue la fundadora epónima de los escoceses y que también dio su nombre a Escocia. Otra variación de la historia de esta piedra tan curiosa y llena de misterios es la del escritor Joaquín Trincado Mateo en el libro Conócete A Ti Mismo, la cual coincide en la mayor parte con la leyenda escocesa pero este introduce la interpretación del sueño de Jacob al pie de esta piedra, la Escalera de Jacob, por la que, incesantemente, subían y bajaban seres que él veía y conservó esa piedra para recordarse de la visión que considero un peligro por quedarse dormido y peligro en lengua hebrea antigua se pronunciaba ”cristo” según este autor por lo que esta versión de la historia dice que esa piedra es el cristo original y de ella proviene el origen filológico de esa famosa palabra ya que asi le llamaban los israelitas desde la época de Jacob.

Luego varia con respecto a la leyenda escocesa en su traslado, pues esta versión dice que esa piedra, llamada cristo por los egipcios bajo el mando de Aitekes (Goidel Glas) jefe del ejercito de Faraón convencidos de que era esa piedra el dios que hacia poderoso a Moisés, en posesión de esa piedra-fetiche, la hace dios-cristo y roba a Israel sus doctrinas, llamándolas evangelio y se las da a la famosa piedra, Cristo-dios y luego aitekes, en posesión de ese dios, forma una brigada y se hace peregrino para encontrarle un reino al nuevo Dios y llega cerca de Finisterre y le hacen trono, fundando así la religión cristiana en la ciudad de Brigantium, conocida hasta hoy en Galicia, España desde hacía 17 siglos hasta que el apóstol Santiago de España llega ahí para predicar la palabra de Jesús y la piedra es llevada a Irlanda por los cristianos originales. Los orígenes históricos de la Piedra como elemento de los rituales de coronación tampoco están muy claros.

Lo más probable es que se trate del antiguo sitial de coronación de los Dalriadas, originalmente instalado en Dunadd, traído a Antrim primero, luego a Argyll y finalmente a Scone (en el norte de Perth, su ubicación definitiva durante al menos cuatro siglos. Todos los reyes escoceses fueron coronados sobre esta piedra, al menos desde Kenneth I de Escocia (847) hasta John Balliol (1296). Durante la Edad Media, la Piedra del Destino apenas sufrió traslados ni modificaciones. Una leyenda tradicional afirma que Roberto I de Escocia (Robert the Bruce) regaló un pedazo a los irlandeses en agradecimiento por su colaboración en la batalla de Bannockburn. El fragmento de piedra, otorgado a Cormac McCarthy, rey de Munster, fue instalado en su fortaleza del Castillo de Blarney, por lo que pasó a ser denominada Piedra de Blarney.

En 1296, en un intento por despojar a Escocia de sus símbolos básicos de identidad, el rey Eduardo I de Inglaterra saqueó la Abadía de Scone y se apropió de la Piedra del Destino como botín de guerra, instalándola en la Abadía de Westminster para su uso en las ceremonias de coronación. Para ello, hizo construir una silla especialmente diseñada (conocida por ello como la Silla de San Eduardo), sobre la que desde entonces han sido coronados todos los reyes británicos excepto María II de Inglaterra. Hay leyendas sin embargo que afirman que Eduardo I no logró llevarse la auténtica piedra, ya que los monjes de la Abadía de Scone la ocultaron y entregaron al rey inglés una copia o falsificación. En 1328, durante las conversaciones de paz entre los reinos de Escocia e Inglaterra, parece ser que el rey Eduardo III de Inglaterra se comprometió a devolver la Piedra a Escocia. Sin embargo, dicha condición no formó parte del definitivo Tratado de Northampton, por lo que la piedra se conservó en la Abadía de Westminster sin interrupción durante más de seis siglos.

Con la unificación de las coronas de Escocia e Inglaterra bajo la dinastía de los Estuardo, los reyes de Escocia volvieron a ser coronados sobre la Piedra del Destino, aunque sin que ésta se desplazase de su ubicación en ningún momento. Durante el siglo XX la Piedra del Destino realizó dos viajes muy distintos a Escocia: uno furtivo y temporal, y otro oficial y definitivo. El primero de ellos tuvo lugar en 1950, cuando, el día de Navidad, cuatro estudiantes escoceses robaron la piedra de su ubicación en la Abadía de Westminster y emprendieron un viaje con ella hacia Escocia. Durante el proceso de extracción de la Piedra de su lugar en la Silla de San Eduardo, la piedra se partió en dos. Después de esconder la mayor de las partes en Kent durante semanas, los estudiantes ocultaron la piedra en la parte trasera de un coche y se arriesgaron a cruzar la frontera, plagada de controles policiales.

El fragmento más pequeño de la Piedra hizo un camino similar: tras pasar unos días en Leeds, llegó a manos de un veterano político de Glasgow, quien hizo que fuera reparada por el cantero profesional Robert Gray. Dado que el Gobierno Británico había organizado una extensiva búsqueda, y que la opinión pública no se mostraba tan favorable al robo como sus autores esperaban, la Piedra fue abandonada en la Abadía de Arbroath, el 11 de abril de 1951. Es imposible saber si la intención de los secuestradores era devolver la piedra o si esperaban que la Iglesia de Escocia la protegiese de los ingleses. Lo cierto es que cuando la policía supo de su localización, la reclamó y la devolvió a su lugar en la Abadía de Westminster, a tiempo para la coronación de la reina Isabel II de Inglaterra en 1953.

Nuevamente, circularon leyendas que decían que la piedra devuelta no era la original sino una copia, repitiendo así los rumores respecto a su entrega original en el siglo XIII. La devolución real y definitiva de la Piedra a Escocia se produjo en 1996, a iniciativa del gobierno conservador del Primer Ministro John Major. La Piedra hizo el camino desde Londres custodiada por el ejército, hasta ubicarse en el Castillo de Edimburgo, donde hoy puede contemplarse junto al resto de las Joyas de la Corona escocesa.


nnDnn

Leyenda Templaria de la Vera Cruz

Vera Vruz de Vaderuelo

Esta villa domina los meandros del Riaza en su descenso hacia el Duero. Es muy probable que en el tiempo de los celtas ya estuviera habitada y algunos arqueólogos sitúan en Maderuelo, la ciudad perdida de Tucris.
A partir del siglo VIII, Maderuelo se convierte en zona de frontera. La villa sobretodo es de importancia medieval cuando formó parte de la primera línea defensiva de la margen izquierda del Duero. Fue repoblada por el conde castellano Fernán González a mediados del siglo X. Con las incursiones de Almanzor, todo intento de repoblación fue inútil hasta que el conde Sancho García llegó a Montejo, Maderuelo y Sepúlveda villas recuperadas en el 1010.

Maderuelo recibió repobladores mozárabes procedentes de Al-Andalus, cristianos del norte y de las serranías sorianas que convivieron junto a la población musulmana y judía.

Aparece citada documentalmente con el nombre de “castro Maderolum” por el obispo Don Rodrigo Jiménez de Rada al relacionar las fortalezas por el ya nombrado conde Sancho García. Desde la Edad Media se conservan las puertas y el trazado de las murallas y restos de mas de trece templos.
Cuenta la leyenda que tras una dura batalla el maestre templario cayó prisionero del rey de Alejandría. Este rey sarraceno decidió celebrar la victoria con una gran cena y como sentía un gran respeto y admiración hacia el caballero templario le invitó a compartir su mesa.

La cena se desarrollaba con alegría, momentos de euforia y risas entre los invitados sarracenos que contrastaban con la cara seria y triste del maestre templario.
El rey en un acto de inesperado y de bondad le ofreció al maestre que escogiera cualquier joya de las capturadas y que se exponían en la cena a modo de trofeo en medio de la sala. Le aseguró que se la podría quedar aunque no se convirtiera al Islam o aunque fuese liberado mediante pago de rescate, algo improbable ya que la regla de la Orden del Temple dejaba bien claro que nunca pagaría rescate por ningún templario. Era todo un acto conciliador y de amistad hacia el maestre, el cual enseguida se percató en un lignum crucis que brillaba con más intensidad que el resto de las joyas. El rey musulmán le entregó la preciosa reliquia al maestre pero a la vez el caudillo sarraceno quedó prendado ante la belleza de un cáliz que lo tomó entre sus manos y pidió a sus sirvientes que le llenaran la espléndida copa de un exquisito brebaje, pero el maestre intentó impedirlo primero alegando que aquella copa era sagrada para su religión cristiana y después en vistas que estas palabras aún despertaban más curiosidad, excitación y risas al caudillo musulmán que volvió a insistir que le llenaran la copa, el templario amenazó que quien se atreviera a profanarla sufriría terribles consecuencias. El templario en un gesto de buena voluntad ante lo benévolo que había sido el rey musulmán con él, le rogó que al menos cada vez que fuera a beber, le permitiera tocar la copa con la cruz para evitar su profanación y el castigo divino. Entre sorprendido y divertido el caudillo musulmán aceptó ese extraño ritual. Pero sucedió que cada vez que el rey iba a beber y el templario tocaba con la cruz el cáliz, el brebaje se convertía en vino, ante la cólera del rey ya que la Ley Islámica lo prohibía. Al séptimo intento, el rey ciego de ira, sólo pensaba en vengar esa ofensa hacia su religión y sus creencias.

Y lo que había empezado como un juego o una burla se había convertido en toda una amenaza hacia su persona. Decretó hacer fundir la cruz y verter el oro en el cáliz para que después se le fuese dado a beber al templario ordenando que se hiciera de inmediato y sin demora a ver si así era capaz de convertir el oro fundido en vino.

Algo más mágico tenía que suceder aún y fue voluntad de Dios que ninguna de esas reliquias jamás fueran profanadas, ya que cuando los tres soldados del rey musulmán cogieron en sus manos los objetos sagrados y sujetaron al templario para esposarle, el templario, los objetos sagrados y los tres musulmanes desaparecieron ante la atónita mirada de los allí presentes.

El caballero templario portando la sagrada cruz en una mano y en la otra el cáliz y los tres musulmanes aparecieron a los pies de Nuestra Señora del Temple en Maderuelo, ante la incrédula mirada de un buen número de templarios que allí se habían reunido para la oración. Y cuenta la leyenda que los tres musulmanes se quedaron al servicio del maestre templario y que por aquel suceso la iglesia cambió de nombre y a partir de entonces se llamó de la Vera Cruz.



nnDnn

viernes, 19 de abril de 2013

Templario: Misión Papal

NADIE SABIA DE ESTO... Un documento revelador sobre las organizaciones Neotemplarias y su acercamiento al Vaticano.

TEMPLARIO: MISIÓN PAPAL

La Ancestral Orden del Temple nos autorizo a revelar parte de la Carta enviada al Vaticano en 2011 a raíz de la actuación de un grupo neotemplario Español, que intento un acercamiento a la iglesia y la puesta en función una vez mas de la Orden en forma oficial, bajo el paraguas del mismo Papa, cosa que hizo reaccionar a la verdadera Orden, desautorizando dicha forma de proceder.

TRADUCCIÓN DEL INGLES:

La Antigua y Noble Orden de los Caballeros Templarios
Al Subsecretario del Pontificio Consejo para los Laicos
Ciudad del Vaticano -Roma
Italia

PRE/10

10 de julio 2011

Estamos contentos de que nuestros Hermanos Templarios en Italia han apoyado nuestra petición de Su Santidad para anular la bula "Vox in excelso", emitido por el Papa Clemente V en el 22 de marzo 1312.

Para su comodidad, adjunta va copia de nuestro anuncio en el London Daily Telegraph de fecha 18 de marzo de 2008, y las copias de sus cartas posteriores al Papa y el cardenal Bertone, de 28 de abril de 2008 y 18 de junio 2008, respectivamente.

Sin embargo, sólo "Perdonar a Jacques de Molay y todos los Caballeros Templarios quemados en la hoguera, así como todos aquellos torturados y asesinados", no basta por sí sola.

Un perdón implica perdonar a alguien o para excusar una falta o delito. No hubo falta o delito con la Orden del Temple en ese momento - cualquier falta o infracción que se haya cometido por la Iglesia, es la Iglesia la que bien puede eventualmente ser perdonada por sus víctimas, Caballeros Templarios de ayer, hoy y mañana. En definitiva buscar perdón en Dios.

Lo que necesitamos es que la bula del papa Clemente V en el 22 de marzo 1312 a ser anulada, de forma similar al caso de Giordano Bruno que fue quemado en la hoguera por la Iglesia en el año 1600 como un hereje por proponer que el universo era infinito - La Iglesia finalmente admitió su error más de 400 años después, y expresando su "profunda tristeza" por su muerte.

Nos gustaría pedir un acto similar de contrición por la Iglesia en el caso de todos los Caballeros Templarios ejecutado en los años anteriores a 1312.

La presente Orden, como saben de alcance mundial, de los Caballeros Templarios no busca el reconocimiento formal por parte de la iglesia, o de cualquier recompensa de esta, - de hecho nos distanciamos y condenamos de la actividad reciente de la corte del grupo de neotemplarios españoles que utilizando el noble nombre de la Orden, actuaron como si fueran esta en un pedido formal de reconocimiento y acercamiento.

Lo que buscamos es justicia - el enderezamiento de las injusticias perpetradas contra los Caballeros Templarios y la Orden, en los años previos a la muerte de Jacques de Molay en 1312.

Estamos muy dispuestos a enviar a nuestros oficiales de alto rango en el Vaticano para discutir los desarrollos propuestos, si se considera que vale la pena.

Esperamos con interés escuchar de ustedes, junto con pensamientos actuales del Vaticano e ideas sobre nuestra iniciativa original, en su debido momento.



Le saluda atentamente

Sir Peter R.
Senescal
Knight Templar

Circulo Interno
El orden antigua y noble de los caballeros templarios.
Jerusalén


PD: En la carta recibida también hay noticias sobre una posible coordinación para centro y sudamerica... Esto es una gran noticia, pues acercara a la Orden a muchos que preguntaban como llegar a ella.-



nnDnn

jueves, 18 de abril de 2013

La Herejía en España

La ruina de la sociedad y del estado visigodos coincidió con profundos cambios determinados por la presencia de un nuevo mundo cultural-religioso, el islámico. 
Las comunidades cristianas del territorio sometido al dominio musulmán -la mayor parte de España- pudieron seguir practicando su religión y disfrutando de sus propiedades mediante el pago de un impuesto.
Las invasiones de beréberes y árabes y el asentamiento progresivo de los conquistadores en la Península a lo largo del siglo VIII supuso transformaciones de variadas y colosales proporciones en toda la Hispania goda. La ruina de la sociedad y del estado visigodos coincidió con profundos cambios determinados por la presencia de un nuevo mundo cultural-religioso, el islámico, patrimonio del grupo minoritario que formaban los vencedores. Las comunidades cristianas del territorio sometido al dominio musulmán -la mayor parte de España- pudieron seguir practicando su religión y disfrutando de sus propiedades mediante el pago de un impuesto. Y si es cierto que los árabes, por razones obvias de índole económica, no tenían excesivo interés en conseguir prosélitos, la situación discriminada de estos grupos de cristianos mozárabes resultaba propicia para que se produjeran numerosas apostasías. Por otra parte, el trato continuo de cristianos e islamitas fue erosionando la ortodoxia cristiana, propiciando planteamientos teológicos espúreos -brotes aislados de formas sabelianas en tiempos del arzobispo de Toledo Cixila (745-754) o concepciones radicales de la predestinación- y originando prácticas disciplinares de un sincretismo religioso marcado por el signo de la decadencia y del confusionismo.
Al comenzar el último cuarto del siglo, Wilchario, arzobispo de Sens, consagra obispo a Egila y le envía a España, probablemente aconsejado por la Santa Sede, con el objeto de promover una reforma vinculada a Roma y parecida a la realizada por Bonifacio en la Galia. Pero ni Egila era San Bonifacio ni el ambiente hispano y las circunstancias político-religiosas eran similares. La jerarquía mozárabe, aglutinada en torno a Elipando de Toledo, veía con malos ojos la intromisión jurisdiccional de la iglesia franca. Además, el supuesto legado papal tuvo la desgracia de contar entre sus colaboradores más cercanos a Miguecio, cuyas predicaciones intransigentes sobre la separación de la población cristiana y la musulmana, unidas a las extravagancias de sus planteamientos teológicos, acabaron deteriorando completamente el proyecto del reformador .

Elipando

El arzobispo Elipando condena a Miguecio en un sínodo que se reúne en Sevilla el año 785. Allí formularía claramente el contenido fundamental de su pensamiento cristológico, que constituirá la clave de la primera herejía medieval española: el adopcionismo. Para el prelado toledano, Cristo es hijo de Dios sólo en cuanto a su naturaleza divina, pero como hombre, ,solamente adoptivo. Las dos filiaciones distintas parecen presuponer dos personas. Elipando, sin saberlo seguramente, estaba muy cerca de la doctrina nestoriana.
Sabemos que antes de alcanzar el episcopado había conseguido una formación profana notable, frecuentando ambientes culturales islámicos, que le sirvieron para granjearse prestigio y la influencia de las autoridades musulmanas. Algún autor moderno (Rivera Recio) precisa más todavía los cauces de la comunión intelectual de Elipando y los saberes importados de Oriente.
Es cierto que a mediados del siglo VIII se puede hablar de un resurgimiento admirable del nestorianismo en las regiones más orientales del gran imperio islámico, pero no parece que los contingentes de soldados siriacos asentados en la Bética fueran el vehículo adecuado para este comercio cultural. El arzobispo de Toledo, familiarizado con la teología islámica, al insistir en la adopción de la naturaleza humana de Cristo, trataría sencillamente de ofrecer una doctrina más cercana a la del Corán. También allí se admiraba la figura de Jesús, pero ni Mahoma ni sus seguidores podían admitir la filtración divina de la humanidad de Jesús. El prestigioso y brillante arzobispo no tenía necesidad de repasar fuentes o tradiciones foráneas para afirmar su pensamiento. La tradición teológico-litúrgica visigoda había empleado la misma fórmula, aunque sin las connotaciones extrinsicistas y polémicas del toledano.
Los planteamientos teológicos de Elipando, hechos, sin duda, con preocupaciones irenistas, no hubieran tenido apenas resonancia sin la clamorosa polémica que estalló posteriormente. Los iniciadores de la misma fueron dos monjes de la Liébana, la pequeña región septentrional ubicada en el corazón del pequeño reino cántabro-astur, que en los últimos lustros del siglo cimentaba su consolidación frente al emirato. Beato había compuesto ya el celebérrimo Comentario al Apocalipsis y Eterio era un obispo exiliado, porque su sede estaba aún en poder de los árabes. Ambos, alarmados por el éxito de las doctrinas del toledano, comienzan a darles réplica.
Elipando reacciona violentamente con un escrito dirigido a otro abad norteño, Fidel, en el que muestra su extrañeza por el atrevimiento de los dos lebaniegos: Nunca se oyó que los lebaniegos tuvieran la osadía de enseñar a los toledano. Todo el mundo sabe que esta sede brilló por el esplendor de sus doctrinas desde los comienzos, sin caer jamás en el cisma. Y ahora una miserable oveja tiene la desfachatez de presentársenos como doctor. Los dos osados críticos le responden componiendo el famoso Apologeticum, que publican el año 786.
En realidad, la obra de Beato y Eterio no pasa de ser un centón mal adobado de textos blblicos y patrísticos, sin que alcance cotas teológicas notables. A veces tergiversa el pensamiento de su adversario y las doctrinas trinitario-cristológicas expuestas en el mismo distan bastante del rigor y de la coherencia. En la imagen de Cristo trazada por los dos monjes lebaniegos, por ejemplo, la naturaleza humana aparece diluida y muy desdibujada.
Posiblemente la mayor significación cultural de este libro radique en el momento histórico de su composición. Los autores escriben después de haberse producido la crisis interna de la España musulmana al estallar la revuelta de los beréberes que dejaron abandonadas numerosas plazas fuertes de la parte septentrional de la Península y facilitaron las expediciones de saqueo de Alfonso I el Católico (739- 757) , la consolidación del pequeño reino asturiano, como un estado verdadero ante el AI-Andalus. El panfleto teológico de Beato y Eterio parece constituir una especie de manifiesto de la iglesia cántabro-astur que se afirma y se aísla frente a la mozárabe y especialmente frente a Toledo, más tolerante con los musulmanes.


Controversia adopcionista

Félix de Urgel. seguramente monje del cenobio pirenaico de Tabernoles y hombre de contrastado prestigio religioso y cultural, nombrado obispo de la sede urgelitana hacia el 782, fue otra de las piezas clave de la controversia adopcionista, el principal responsable de la internacionalización de la misma y probablemente el primero que formuló dicha doctrina en su deseo de convertir más fácilmente al catolicismo a los musulmanes y a los paganos de ambas partes del Pireneo (M. Riu). Sometidos los territorios de Urgel a los francos en la década del 780, la diócesis caía dentro del ámbito político de Aquisgrán. La intervención de Carlomagno en una disputa de esta índole resultaba inevitable.
A partir del 790, los acontecimientos se precipitan vertiginosamente. Carlomagno, secundando las posiciones del papa Adriano I -el cual ya había reconvenido epistolarmente a Elipando y a otros responsables de la iglesia mozárabe en el 786-787, exhortándoles a abandonar las doctrinas erróneas-, convoca un concilio en Ratisbona (792) , que condena por primera vez el pensamiento adopcionista feliciano. Félix de Urgel, que asiste a esta reunión, abjura de los errores y más tarde vuelve a hacer lo mismo en Roma. Pero de regreso a su sede pirenaica continúa propalando las primeras enseñanzas adopcionistas y acaba retirándose a AI-Andalus para moverse con mayor libertad.
La controversia se hace más clamorosa cuando la iglesia mozárabe aglutinada en torno a Elipando reafirma por carta sus posiciones, acusando a Beato y Eterio de incidir en la herejía y motejando al propio Carlomagno de proceder despóticamente en negocios de índole religiosa. El soberano franco vuelve a reunir en Frankfurt (794) otra asamblea conciliar con participación de los legados pontificios y más numerosa que la anterior. En ella se condena de nuevo la impía y abominable herejía de Elipando y Félix que sostenía la adopción en Dios. Un sínodo convocado por León III en Roma (798) anatematiza otra vez a Félix de Urgel.
Al año siguiente los legados carolingios consiguen llevar al prelado urgelitano a Aquisgrán y allí, en el transcurso de una conferencia teológica, vencido por la erudición de Alcuino, termina confesando la verdadera fe católica. En previsión de posibles recaídas le prohíben retornar a su sede y tiene que establecerse en Lyon bajo la tutela del arzobispo Leidrado, donde acabará sus días (818), al parecer sin abandonar del todo los planteamientos adopcionistas. La muerte de Elipando unos años antes (807) propició, asimismo, la extinción del adopcionismo en ambientes mozárabes.
Esta intrincada controversia teológica, que a primera vista parece haberse desenvuelto en el terreno especulativo de teólogos y obispos, ¿tuvo repercusiones populares? Parece que sí. Aun prescindiendo de las denuncias alarmadas de Beato y Eterio, fáciles ambos para las exageraciones, Jonás de Orleans testimonia haber visto en Asturias discípulos de Elipando. Y a finales del siglo, durante los últimos compases de las disputas más solemnes, Leidrado de Lyon, Benito Aniano y Nebridio de Narbona, enviados a tierras urgelitanas para poner en marcha una campaña de reevangelización, evalúan en 20.000 personas de toda clase y condición social los seguidores de Félix.
Por lo demás, la controversia adopcionista dinamizó los trabajos teológicos. provocando la aparición de numerosos escritos. En torno a la Corte de Aquisgrán se movieron personalidades de la talla de Paulino de Aquileia, Benito Aniano y Alcuino de York, este último el verdadero protagonista de la polémica al lado de Félix de Urgel. Pero a la larga, la compleja lucubración producirá efectos negativos. Tal vez sirvió para perfilar la metodología propiamente teológica, enseñando a los teólogos de la joven iglesia franca a utilizar con mayor corrección y homogeneidad los textos escrituristicopatrísticos (Amann). Sin embargo, las posiciones firmes de cada una de las iglesias peninsulares participantes en la controversia agudizaron un proceso de separación entre ellas, que ya estaban en marcha por las circunstancias políticas. 
Tras la fogosa denuncia de Beato y Eterio latía, como ya se indicó, un cierto sentimiento autonomista de la cristiandad noroccidental frente a Toledo. El celo misionero y tolerante de Elipando y de otros obispos de AI-Andalus encubría seguramente la preocupación por frenar los movimientos centrífugos de las iglesias tanto del Noroeste como de la Marca Hispánica, que mermaban la influencia del metropolitano de Toledo. En Félix de Urgel, animado de ideales evangelizadores similares a los del toledano, podría obrar, asimismo, el deseo de oponerse a la influencia de la pujante iglesia carolingia. Creemos que está en lo cierto Abadal i de Vignals cuando considera esta disputa teológica como uno de los factores más importantes de la desintegración de la iglesia visigoda en el siglo de la invasión islámica.

El catarismo

El catarismo fue la segunda herejía que turbó los reinos cristianos peninsulares, de manera especial los orientales, a lo largo de los siglos XII y XIII. Este movimiento, muy extendido primero en los países balcánicos y posteriormente en casi toda Europa (ver artículo «Los cátaros»), encontró en el mediodía de Francia, de manera particular en toda la Occitania, un clima muy propicio para su arraigo. Albi y Toulouse, sobre todo, se convirtieron, como es sabido, en los dos principales centros difusores de las nuevas corrientes religiosas.
El trasvase de las mismas a los dominios aragoneses del sur de los Pirineos fue pronto una realidad, no sólo mediante el concurso de buhoneros, mercaderes y trabajadores de la lana -la industria de la lana ya existía en Cataluña durante el siglo XII-, sino y principalmente gracias al apoyo que encontraron los cátaros en los señores feudales de las regiones pirenaicas. Entre la corona de Aragón y sus vecinos de Foix, Toulouse, Cominges, Rosellón, Narbona, Montpellier y Provenza existían numerosos lazos comunes de índole económica y política y muchas veces familiar. Por eso el catarismo catalano-aragonés nace y se desarrolla estrechamente vinculado al de ultrapuertos y no presenta novedades ideológicas específicas.
No resulta fácil precisar el momento de la entrada del catarismo albigense en las tierras pirenaicas de la corona de Aragón. El concilio de San Félix de Caramanh (1167), de gran trascendencia para la iglesia cátara languedociana, nos ofrece la primera noticia de la posible existencia de adeptos en tierras catalanas. En aquella asamblea los hombres del valle de Arán eligieron para su zona un obispo cátaro, sin duda uno de los primeros propagadores de estas doctrinas religiosas en las comarcas limítrofes. 
El Lateranense III. convocado por Alejandro III (1179). que denuncia alarmado la propaganda abierta de numerosos albigenses en la Gasguña, Toulouse y otras localidades cercanas. después de anatemizarles a ellos y a cuantos les protegieran o encubrieren, hace lo mismo con los brabanzones, aragoneses, vascos, coteleros y triaverderos que no respetan las iglesias ni los monasterios, que no tienen piedad alguna, que no hacen distinción con la edad y el sexo, que, como los paganos, destruyen y desbaratan todo (c. XXVII). endilgándoles el calificativo de heréticos sin ninguna clase de atenuantes.
Los señores feudales de estos territorios, titulares de unos dominios en vías de consolidación. no dudan en acometer los dominios de las iglesias, que constituían lógicamente un serio obstáculo para sus ambiciones expansionistas, acudiendo incluso a recursos como el bandidaje siempre que fuera preciso. El anticlericalismo radical de los cátaro-albigenses creó un ambiente propicio para esta política señorial.
Gracias a los trabajos de Ventura Subirats sabemos que en Cataluña hubo numerosos grupos de cátaros. concretamente en Castellbó, Josa del Cadí, la Cerdaña. las tierras del Rosellón y en otras zonas más meridionales, destacando en ellos muchas personalidades de rango social elevado.
Resulta ya tópica la referencia a la supuesta intransigencia de Pedro II de Aragón (1196- 1213) respecto a los herejes. En la famosa constitución de 1197 ordenaba que todos los Valdenses, llamados vulgarmente sabatati o también Pobres de Lyon, y demás herejes innumerables y de nombre desconocido, anatematizados por la Iglesia, salieran de su reino y de sus dominios, como enemigos de la Cruz de Cristo, violadores de la fe cristiana y públicos enemigos del rey y de sus estados. Las autoridades civiles ejecutarían dicho mandato antes del domingo de Ramos. Si después del plazo fijado encontraran algún hereje, le confiscarían las dos terceras partes de sus bienes, el tercio restante pasaría al denunciante y ellos serían quemados vivos.
Seguramente que con el término genérico herejes innumerables, recogido por esta perentoria disposición, se mencionaba implícitamente a los cátaro-albigenses, pero Pedro el Católico se mostró habitualmente tolerante con ellos en la práctica, sobre todo si se trataba de gentes poderosas. La comunión de interés entre señores catalano-aragoneses y occitanos, puesta de relieve más arriba, les acercaba también en los objetivos políticos primordiales y todos ellos participaban, sin duda, de la misma animosidad contra la nobleza de la Francia septentrional, cuyo deseo de predominio sobre los territorios de la Occitania coincidían con los de la monarquía de París. Las tendencias políticas de los señores feudales de los dominios pirenaicos favorecían al soberano aragonés y éste tratará de ayudarles sin fijarse demasiado en su ortodoxia.

Trasfondo político

La cruzada de Inocencio III contra los albigenses del Languedoc se desarrolló con un trasfondo político, en el cual también estuvo implicado Aragón. Los ejércitos cruzados combatiendo contra los herejes servían simultaneamente a la causa de los franceses del norte, y los señores occitanos, cátaros o protectores de cátaros, luchaban, asimismo, por mantener su libertad frente al expansionismo de los Capetos.
Pedro II no puede permanecer neutral. Los principales caudillos de los cátaros, el conde de Foix y Raimundo VI de Tolosa, por ejemplo, eran parientes próximos suyos. Resulta perfectamente comprensible que al final terminara enfrentándose a Simón de Montfort, el jefe de la cruzada. La muerte del soberano aragonés en Muret {1213), además de constituir una importante derrota para los albigenses fue también el final de un proyecto acariciado probablemente por el titular de la corona de Aragón: la creación de un gran reino a caballo de los Pirineos, con Provenza, Cataluña y el Languedoc como partes integrantes fundamentales. Y desde 1229, año del tratado de Meaux, los capetos consiguieron imponer ya fácilmente su soberanía sobre los dominios feudales de las tierras del Midi .
Al arreciar la persecución contra los albigenses después de la batalla de Muret, muchos de ellos buscaron refugio en la Península, en tierras catalanas y aragonesas especialmente. Jaime I (1213-1276) cambia el rumbo de las directrices políticas de Aragón, relegando los problemas occitanos y orientándose preferentemente hacia el Mediterráneo. Los inmigrantes de los dominios occitanos, implicados en la herejía cátara o descendientes de antiguas familias albigenses, encuentran en las tierras reconquistadas y repobladas por este soberano un espacio idóneo para su nuevo asentamiento. Estos inmigrados cátaros o filocátaros podían consolidar ya su posición socio-económica sin recurrir a las doctrinas heréticas como cobertura ideológica justificativa.
Tiene toda la razón Ventura Subirats cuando afirma que desaparecida la dificultad expansiva -para los nobles y burgueses ricos- con las grandes conquistas peninsulares, transformada Cataluña de un país eminentemente agrícola en otro marítimo e insular, los dos brazos, burgués y noble, al aplicar sus energías sobre las tierras conquistadas, pudieron dejar en paz las que, en la metrópoli, eran dominio de la Iglesia El mismo autor constata la presencia de focos albigenses en tierras catalanas de repoblación, en Baleares y Valencia. Además, Jaime I prefería encauzar las posibilidades económicas y humanas de estas familias de inmigrados occitanos o pirenaicos, sospechosos de herejía, hacia empresas de reconquista o repobladoras, que verles convertidos en víctimas de la represión.
El nuevo clima socio-político, la tolerancia del soberano aragonés y el funcionamiento de la Inquisición en Aragón desde el año 1232, fueron factores que contribuyeron poderosamente a erradicar los restos de herejía cátara en los reinos orientales. En torno a 1300, sus pervivencias eran ya poco importantes.
La presencia de albigenses en los dominios de la corona castellano-leonesa fue un fenómeno completamente residual y de carácter ciudadano. En la primera parte del siglo XIII y durante los años de mayor persecución de los adeptos al catarismo en el sur de Francia, aparecen grupos aislados de herejes en Burgos, Palencia y León, tres estaciones importantes del Camino de Santiago, en las que confluían extranjeros, peregrinos y comerciantes, y creaban un ambiente abigarrado, social y religiosamente, propicio para la propagación de ideas contrarias a la ortodoxia o simplemente novedosas y extravagantes.
De los tres núcleos urbanos heréticos, sólo el leonés llevó la nominación de albigense. Su doctrina y sus métodos propagandísticos quedaron reflejados en la conocida obra de Lucas de Tuy: De altera vita fideique controversiis adversus Albigensium errores libri III. Pero todo parece indicar que el Tudense extrapoló la significación del grupo revoltoso, proyectando sobre él, formado fundamentalmente por laicos con algún francés entre ellos, todo el credo de los cátaro-albigenses, bien conocido por el autor leonés gracias a sus peregrinaciones a Francia, Italia y Oriente.
En realidad estos albigenses de León se limitaban a propalar sus ideas anticlericales y a combatir la religiosidad popular, según se desprende de unos cuantos hechos históricos con cierto aire de pintoresquismo supersticioso. La severa y exagerada denuncia de D. Lucas, así como su celoso proceder contra los supuestos herejes, perseguían, sin duda, un objetivo bien preciso: poner en guardia a la jerarquía contra cualquier atisbo de la herejía que tantos estragos causaba allende los Pirineos.
De los herejes palentinos y burgaleses no sabemos casi nada. Fernando III, más tolerante con los judíos que con los tildados de heterodoxia, publicó un edicto, en el cual figuraban las sanciones penales características de la legislación antiherética: confiscación de bienes, extrañamiento o destierro, y unas señales en la cara grabadas a hierro candente. Los Anales Toledanos registran cómo este soberano enforcó muchos omes e coció muchos en calderas. Después de analizar el extenso tratado de Lucas de Tuy, creemos que los brotes de herejía en los reinos occidentales nunca debieron de tener una especificidad albigense muy neta. Podríamos decir que en la obra del Tudense nos aproximamos a un fenómeno de nacimiento del espíritu laico durante el siglo XIII en León, y posiblemente en otras ciudades castellanas (J. F. Conde).
Los valdenses, citados ya formalmente en el famoso decreto de Pedro II el Católico el año 1197, no fueron un problema religioso o social serio en los reinos peninsulares. Los que hubo pertenecían al estamento artesanal o campesino artesanal o campesino y carecieron de la influencia socio-política que hubiera podido hacerles peligrosos. Entre todos destaca la personalidad de Durand d'Osca, el ex valdense autor del Liber contra manicheos, que se convertirá en jefe de la orden de los Pauperes Catholici aprobada por Inocencio III (1212) para encauzar las inquietudes radicales de muchas personas atraídas por las tendencias religiosas de aquellos años. Estos nuevos monjes parece que vivieron en algunas partes de Cataluña muchos años, pero paulatinamente -a mediados del siglo XIII- volvieron a la herejía. 
El ideal de la vita apostolica, articulado sobre el seguimiento estricto de Cristo, la pobreza rigurosa, la comunicación plena de bienes y una piedad puramente evangélica, orientó, como es sabido, la reforma y renovación del monacato medieval entre los siglos XI y XIII. Y el mismo ideario figuró también en los programas de varios movimientos anatematizados como heréticos, revistiendo con frecuencia connotaciones subversivas, sociales y eclesiásticas, al constituirse en alternativa crítica frente a una sociedad feudalizada, poderosa y rica en el vértice y llena de desigualdades en los estamentos más bajos.
Estos ideales, que animaron los primeros grupos de valdenses -menos a los de albigenses- se convierten, asimismo, en objetivos esenciales de las corrientes pauperísticas de los siglos XIII-XV, protagonizadas por los espirituales y fraticelli: los sectores más radicales de las órdenes mendicantes, sobre todo de la franciscana, y por las beguinas y begardos de aquella época.
Juan Olivi, natural del Languedoc y profesor en Florencia, donde tuvo como discípulo a Ubertino de Casale, propagador también de sus ideas joaquinistas y de su fanatismo pauperístico, ejerce un notable influjo en Cataluña. Muchos grupos catalanes y foráneos le tendrán por maestro aun después de su muerte. Durante el siglo XIV sobresalen algunos nombres de personajes catalanes adeptos a la ideología de los fraticelli, como Arnau Oliver, Bernat Fuster, Ponç Carbonell, guardián del convento franciscano de Barcelona y maestro de San Luis, y Arnau Muntaner.
En los reinos orientales abundarán, además, los beaterios de mujeres y varones piadosos -beguinas y begardos- que se orientaban por los mismos derroteros que los espirituales y fraticelli. Muchos de estos grupos se mantuvieron dentro de los cauces de la ortodoxia, ingresando algunos en la Tercera Orden de San Francisco, otros incidirán en los mismos radicalismos extremistas de los franciscanos rebeldes.
Sabemos de la existencia de centros significativos de beguinos en Barcelona, Gerona, Villafranca del Penedés, Puigcerdà, Valencia y Mallorca. Varios de esos grupos -llamados Fratres de penitentia de tertio Ordine Sancti Francisci- encontramos en Arnau de Vilanova (1238-1311) -prototipo del laico reformista y extremista, enemigo acérrimo de una iglesia rica e influyente con un papa dotado de enorme poder temporal y partidario decidido de los saberes empíricos como precursor de la secularización del mundo científico eclesiástico- a un poderoso mentor, que escribió para ellos y los favoreció con su influencia.
La corte de Mallorca fue también otro foco importante de beguinismo. Varios hijos de Jaime II (1262-1311) favorecieron decididamente su causa aun después que muchos fraticelli se enfrentaron al papa Juan XXII a causa de la espinosa disputa teórica sobre la pobreza de Cristo y de los apóstoles. Jaime, el primogénito heredero, renuncia al trono para ingresar en la orden del Poverello d'Assisi, hacia el año 1300. Sancha, su hermana, casada con un Anjou, Roberto II de Nápoles, era una apasionada devota de esta congregación monástica y convirtió la corte napolitana en refugio seguro para los franciscanos rigoristas, perseguidos por la Santa Sede después de la condena de Juan XXII. Allí encuentra acogida el propio Miguel de Cesena, el general depuesto por el Romano Pontífice.
El infante Felipe fue todavía más lejos. Después de abrazar la vida religiosa dominicana muy joven, la abandona para ingresar en la Tercera Orden de San Francisco. Influido por las enseñanzas de Pedro Juan Olivi y de Angelo Clareno, acabará asumiendo las ideas y la práctica religiosa de los fraticelli más extremistas. Al ocupar la sede regia de Mallorca en calidad de regente (1324), crea en torno a sí un círculo vivaz y austero de beguinos, especie de congregación autónoma de terciarios, unida por su espíritu al beguinismo provenzal-catalán y al fraticellismo de Clareno (A. Oliver). Cuando abandona dicho compromiso político, se retira a Nápoles, en cuyo ambiente, favorable a los planteamientos del franciscanismo radical, que apoyaba su hermana, puede dar rienda suelta a las inquietudes rigoristas más extravagantes. Morirá enemistado con el papa. Federico III de Sicilia, hermano de Jaime II de Aragón, casado con una Anjou, protegió también a los franciscanos y beguinos perseguidos.
El movimiento franciscano o seudofranciscano de beguinos y fraticelli siguió vivo en Aragón hasta el siglo XV, a pesar de la condena del concilio de Vienne (1312) contra las tendencias quietistas e iluministas que existían en algunos sectores del beguinismo. De ella se hacía eco el concilio de Tarragona de 1317, formulando algunas cautelas para tratar de discernir lo ortodoxo de lo heterodoxo en esta corriente espiritual, de los procesos inquisitoriales y de la mala posición en la que quedaron los frailes rebeldes frente a la comunidad, después de las duras disputas con el papa por las cuestiones relativas a la pobreza.
Hasta no hace mucho se sabía muy poco de los fraticelli y de los beguinos de Castilla-León. Hoy, después de los trabajos de J. Perarnau, estamos mejor informados. Según este autor el fenómeno beguino en la parte occidental de la corona de Castilla era omnipresente. Podría incluso trazarse un mapa de sus casas que arrojaría los resultados siguientes: un foco considerable en torno a Galicia y otro más reducido en torno a Sevilla; del primero saldrían dos flechas, una en dirección a Salamanca y otra en dirección a Burgos. En conjunto, las noticias se refieren a 19 casas, cuatro de ellas en la zona de Sevilla.
Durante la primera parte del siglo XV quedaban aún en la Península rescoldos del franciscanismo extremo de los fraticelli. Fray Felipe de Berbegal, probablemente catalán de origen y miembro de la provincia franciscana de Aragón, partidario de las tendencias originarias de la Orden, combate los estatutos que había promulgado San Juan de Capistrano para los observantes, por considerarlos demasiado suaves. Sus enseñanzas llenas de las exageraciones y errores del viejo pauperismo, consiguieron numerosos seguidores entre los frailes, arrastrando también a mujeres beguinas que se hacían pasar por miembros de la Tercera Orden. Gracias a unas cartas de Eugenio IV (1431-1447) sabemos que el problema existía igualmente en otras partes de la iglesia hispana.

Los «herejes de Durango»

Los episodios protagonizados por los herejes de Durango constituyen, sin duda, el testimonio más llamativo y mejor documentado sobre la pervivencia de este rigorismo franciscano tardomedieval. Un pasaje de la Crónica del Rey Don Juan el Segundo puede considerarse como el locus classicus de las noticias relacionadas con este brote herético: Asimesmo en este tiempo se levantó en la villa de Durango una grande herejía, y fue principiador della fray Alonso de Mella, de la Orden de San Francisco, hermano de Don Juan de Mella, obispo de Zamora que después fue cardenal. E para saber el Rey la verdad, mandó a fray Francisco de Soria, que era muy notable religioso así en sciencia como en vida, e a Don Juan Alonso Cherino, abad de Alcalá la Real, del su Consejo, que fuesen a Vizcaya, e hiciesen la pesquisa, e ge la truxiesen cerrada para que su Alteza en ello proveyese como a servicio de Dios e suyo cumplía; los quales cumplieron el mandado del Rey; e traída ante su Alteza la pesquisa, el Rey embió dos alguaciles suyos con asaz gente e con poderes los que eran menester, para prender a todos los culpantes en aquel caso; de los quales algunos fueron traídos a Valladolid, y obstinados en su herejía, fueron ende quemados, e muchos más fueron traídos a Santo Domingo de la Calzada, donde asimesmo los quemaron; e fray Alonso, que había seydo comenzador de aquella herejía, luego como fue certificado que la pesquisa se hacía, huyó y se fue a Granada, donde Ilevó asaz mozas de aquella tierra, las quales todas se perdieron, y él fue por los moros jugado a las cañas, y así hubo el galardón de su malicia.
Las enseñanzas subversivas del franciscano Alonso de Mella -parece que estaba preparando un levantamiento al ser descubierto- comienzan hacia 1425 y durarán aproximadamente veinte años. El contenido de las mismas era sencillo y poco novedoso: él y sus adeptos combatían la devoción a la Cruz y a los sacramentos, especialmente al Matrimonio y a la Eucaristía; practicaban la comunión de bienes y de mujeres; proponían una relectura de la sagrada escritura, que incluía la teoría historiológica de las Tres Edades, situándose ya ellos en la Edad del Espíritu; ponían un énfasis particular en el valor de la libertad personal, que consideraban como experiencia del espíritu del Señor, y creíanse santos.
Semejante orientación ideológica y la pertenencia de Mella y de sus primeros propagadores a la orden franciscana, sitúan a los partidarios de esta herejía -parece que eran muchos con abundancia de personal femenino- en las mismas coordenadas del fraticellismo y del beguinismo heterodoxos. Un siglo antes, el concilio de Vienne ( 1312) había condenado ya varios grupos de begardos y beguinas alemanes, que afirmaban la perfección radical de la naturaleza humana: impecable, dotada de libertad corporal -la sexual incluida- y espiritual -con capacidad para desobedecer a la Iglesia-, portadora de la eterna beatitud en la tierra, sin necesidad de obras meritorias, propias de los imperfectos. También menospreciaban la Eucaristía. La sobrevaloración de la libertad de la que hacen gala los herejes del Duranguesado le aproxima igualmente a la secta de los Hermanos del libre espíritu, rama extrema del gran tronco de los espirituales y beguinos heterodoxos, condenada ya por Bonifacio VIII el año 1296.
Por otra parte, la protesta socio-política que se vislumbra en los herejes de Durango en su intento de crear un estado como espacio adecuado para llevar a la práctica su credo, desvela, asimismo, parecidos, no dependencias formales contrastadas, con otros movimientos socio-religiosos de la Baja Edad Media. Recuérdese, por ejemplo, el misticismo anarquista y revolucionario de los taboritas de Bohemia, que estaba en pleno auge durante la misma época.



Versión: F. Javier Fernández

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miércoles, 17 de abril de 2013

Los Cátaros -El Origen de la Herejía-

Corrían los últimos años del siglo XII y los primeros del siglo XIII cuando los Cátaros recorrían el sur de Francia. A día de hoy, hay múltiples teorías de cual es el origen de estos autoproclamados “Hombres Buenos”, “Puros”, como se denominaban a sí mismos (del griego, katharós). Y cuando hablamos de cátaros, hablamos de hombres de fe, religiosos cuyo dogma era básicamente el cristiano, pero con algunas diferencias que les enfrentaban directamente con la Iglesia Católica, algo que tenían muy en común con los Templarios. 

Muchos relacionan el Catarismo con la Herejía Bogomila, que había tenido origen en Bulgaria en el siglo IX, con la que el Catarismo comparte varios principios; aunque podríamos remontarnos más atrás en la historia y enraizar tanto a cátaros como a bogomilos con cultos más antiguos, como el mazdeísmo, el maniqueísmo o el paulicianismo. La relación entre cátaros y bogomilos parece confirmada por la presencia a finales del siglo XII de uno de los obispos bogomilos búlgaros, un hombre llamado Nicetas, en el Concilio de los Cátaros organizado en la localidad pirenaica de San Félix de Caraman en el 1169, concilio en el que la religión cátara se organizó en cuatro obispados: Tolosa, Albí, Carcasona y Agen, cuatro de las ciudades principales del Languedoc, donde el Catarismo tuvo su foco.
No podemos olvidar que nos encontramos en una época en la que el sur de Francia, especialmente el Languedoc, era la región más civilizada de Europa. Hablamos de un momento en el que el dominio del Rey de Francia se extendía poco más allá de las tierras casi bárbaras de París y Île-de-France, pero en el sur continuaban existiendo las grandes ciudades y rutas comerciales establecidas en tiempos de Roma, eran tierras ricas, regadas por el Loira y el Garona, en las que los trovadores viajaban de castillo en castillo, ofreciendo historias y canciones a los diferentes señores. Y en estas tierras, los Cátaros extendían su fe.

La principal diferencia de los Cátaros con la Iglesia Católica era el tinte maniqueísta que teñía las creencias de los primeros. Los Cátaros creían en la existencia de un Dios bueno y todopoderoso, del que Jesús era Hijo, aunque negaban que Jesús hubiera sido crucificado ni hubiera muerto, pues no había materia en el Hijo de Dios, ya que la materia, y todo lo creado de esta, no pertenecía a Dios, sino a un Demiurgo malvado, un creador al que identificaban con el Dios del Antiguo Testamento, Demiurgo identificado también con Lucifer, que había atrapado las Almas Puras en su corrupta Materia. 
Los Cátaros negaban el Antiguo Testamento, y del nuevo sólo aceptaban el Evangelio de Juan, además de sus propios textos religiosos. Puesto que convenían en que todo lo material era pertenencia del mal, de Lucifer, los fieles cátaros terminaban rechazando los dominios de lo material, es decir, no querían riquezas, ni tierras ni posesiones terrenales. Pero los propios cátaros asumían que el hombre era débil, y que sólo las más fuertes de las almas podían rechazar todo lo material, así que eran muy pocos los que se convertían en Puros, los Buenos Hombres, que recibían el llamado consolament (del latín, consolamentum, una imposición de manos por parte de uno de los Hombres Buenos que convertía al otro en un igual, en un Hombre Bueno). De hecho, muchos fueron los hombres y mujeres que recibían el consolament en su lecho de muerte, cuando ya estaban seguros de que no iban a caer en las tentaciones de la materia; y muchos también los que tras recibir el consolament optaban por otro de los principales rituales Cátaros, la Endura, un tipo de suicidio ritual en el que el cátaro se dejaba morir de hambre, se cortaba las venas, o tras un baño caliente, se tendía sobre la nieve o el hielo, causándose así fuertes pulmonías que solían acabar con su vida. Además, negaban el bautismo (por la implicación del agua, un elemento material) y la Eucaristía; y creían en la reencarnación como parte de la evolución del alma.
Pero lo más importante de todo, predicaban con el ejemplo. Eran hombres verdaderamente pobres, que vivían de las limosnas que les daban los campesinos y los señores a los que atendían, al contrario de lo que ocurría con la Iglesia Católica, que predicaba la pobreza pero atesoraba grandes cantidades de dinero, ostentaba la posesión de importantes tierras y recaudaba cuantiosos impuestos para mantener a los altos representantes eclesiásticos, totalmente desvinculados de los párrocos de las pequeñas zonas rurales, hombres incultos y sin preparación, que muchas veces caían en la Herejía sin ser siquiera conscientes de ello.
No es de extrañar que pronto la Iglesia Católica reparara en que los Cátaros se habían convertido en una espina clavada en su talón. Dos españoles estuvieron entre los primeros en darse cuenta de ello, pues predicaron en la región. Se trataban de Diego de Acevedo y su estudiante, Domingo de Osma, que aprendería mucho de las formas de predicación de los cátaros para cuando más tarde fundara su Orden de los Pobres Predicadores, más conocidos como “Dominicos”, estos, fueron los principales enemigos de los Templarios y los que mas conspiraron contra ellos, en los oídos de los monarcas y el Papa romano, para propiciar su exterminio, al igual que hicieron con los cataros. 

Pero quien pronto repararía en el verdadero peligro que los Cátaros representaban para la Iglesia sería Inocencio III, un hombre de procedencia noble, de la familia italiana de los Segni, gran especialista en Derecho canónico, que estudió en Bolonia, y que ascendía al Solio de Pedro con sólo treinta y siete años, un hombre extraordinariamente joven y enérgico, que era precisamente lo que la Iglesia, debilitada por décadas de enfrentamiento con el Imperio y por la división entre güelfos (partidarios del Papado) y gibelinos (partidarios del Emperador) tanto en Italia como en el Sacro Imperio. Inocencio III pretendía una unión absoluta de toda la Cristiandad bajo el dominio del Papa, y la existencia de la Herejía Cátara creciendo en el sur de Francia, y consiguiendo cada vez el apoyo de más y más nobles de la región, en detrimento de las arcas eclesiásticas, suponía un auténtico problema para ellos. Pero además, y para terminar de enredar las cosas, los Condes de Tolosa, la ciudad más importante de la región, eran vasallos del Rey de Francia , pero también del Rey de Aragón, Pedro II el Batallador, el que sería el gran héroe de las Navas de Tolosa (las de España, nada que ver con la Tolosa del sur de Francia). Muchos de los señores que dominaban las tierras pirenaicas en las que se extendía la herejía, como los Trencavel, señores de las ciudades de Carcasona y Beziers, eran sólo vasallos de los aragoneses, y no querían saber nada de las ambiciones del Rey de Francia. Que en aquellos momentos, no era ni más ni menos que Felipe II Augusto, uno de los más grandes genios de la política de aquel momento. 

Inocencio III, en su empeño por acabar con la Herejía Cátara, comenzó a mandar predicadores al Languedoc, pero obtuvo mucho menos éxito del planeado. Sus hombres eran objeto de burla y escarnio, y aunque exigió al Conde Raimundo VI de Tolosa con la Excomunión si no acababa con la presencia de los Puros en sus tierras, Raimundo ignoró las peticiones papales, aunque tampoco dio apoyo explícito a los cátaros, tratando de mantenerse a flote entre dos aguas. Todo estallaría cuando el legado papal, Pedro de Castelnau, tras amenazar a Raimundo VI fuera asesinado cerca de la localidad de Saint-Gilles por uno de los escuderos del Conde de Tolosa. Nunca se ha visto clara la implicación del Conde en este hecho, y lo más posible es que fuera una iniciativa propia del mismo escudero, sin conocimiento de su señor. Pero este acto sirvió como detonante y excusa para que Inocencia III encontrara la forma de hacer frente a los Cátaros.
No hacía mucho que la Cuarta Cruzada se había desviado de su curso y había atacado Constantinopla. Inocencio III había excomulgado a los participantes en un principio, pero su temperamento se aplacó cuando la propia Nueva Roma había caído en manos de los latinos, que ahora rendían homenaje a su Iglesia, la Iglesia Católica.
¿Y si la Cruzada era la solución? ¿Una Cruzada contra cristianos… en tierras cristianas…?

Inocencio III decidió que, efectivamente, una Cruzada era lo que necesitaba para erradicar la Herjía Cátara del Sur de Francia. De inmediato, acudió al que consideraba uno de sus más grandes valedores, el Rey de Francia, Felipe II Augusto, pero este se negó a dirigir en persona la Cruzada, aunque sí dio consentimiento para que sus vasallos lo hicieran. Felipe II, aunque pendiente de la situación en el sur, tenía litigios vigentes tanto con el monarca inglés como con los Emperadores Alemanes, de modo que no quería abrir un nuevo frente en el que implicarse directamente. Tras la proclamación de la Cruzada, el Papado concedió a los cruzados cuantas tierras pudieran dominar en el sur de Francia, y trató de que alguno de los grandes nobles del norte de Francia tomara el liderazgo de la Cruzada. El Duque de Borgoña y los Condes de Nevers, Bar o Dreux rechazaron sin embargo lo que en parte consideraban un atropello, pero Simón de Montfort, de la Casa de Montfort-L´Amaury, Conde de Leicester por parte de su madre, Amice de Beaufort, dio el paso al frente, y junto al nuevo legado papal, el monje cisterciense Arnaud-Amalric de Citeaux, se puso al frente del ejército Cruzado.
Temiendo ver sus tierras arrasadas por una marabunta de salvajes procedentes del norte (con los que ni siquiera compartían en el lenguaje, ya que en el sur se hablaba la llamada “lague d´oc”, frente a la “langue d´oil” del norte), el Conde de Tolosa, Raimundo VI, tras una penitencia pública, se unió al ejército cruzado, que se dirigió hacia las tierras de los Trencavel, señores abiertamente cátaros y, como creo que ya he comentado, vasallos del Rey de Aragón; mientras en la propia capital del Languedoc, el obispo Fulco de Tolosa se ocupaba de limpiar la propia ciudad de herejes, armado con la autoridad papal. Béziers fue el primer objetivo de la Cruzada, y donde se cometió una de las mayores salvajadas que ha conocido la historia. La ciudad cayó bajo el dominio de los Cruzados, y muchos de los ciudadanos corrieron a refugiarse a la Iglesia, dedicada como muchas otras del sur de Francia a la Magdalena. Allí, se dice que ante la Madelaine de Beziers, los soldados acudieron ante el legado papal, Arnaud-Amalric, y le preguntaron como diferenciar a los herejes de los devotos católicos. La respuesta del legado cisterciense ha pasado a la historia: “Matadlos a todos, Dios ya reconocerá a los suyos”. Los soldados prendieron fuego a la iglesia.

La actuación de los cruzados en Béziers sembró el pánico en el resto de las tierras de los Trencavel, y muchos dominios se rindieron sin presentar siquiera batalla, aunque los Cruzados tuvieron que rendir por sed la inexpugnable ciudad de Carcasona. El Vizconde Ramón-Roger Trencavel sería capturado en la ciudad, y arrojado a las mazmorras, en las que moriría de hambre y sed, mientras Béziers, Albi y Carcasona se convertían en el dominio personal del arribista Simón de Montfort., que continuó su expansión y su lucha contra los señores cátaros de la región. Aimery de Laurac, señor de Montreal, conseguiría escapar de su ciudad y reunirse con su hermana Guiraude, en Lavaur, mientras la propia Montreal, Preixam, Fanjeaux, Montlaur, Bram, Minerve, Termes, Puivert, o Lastours se iban rindiendo a su paso. En Bram, Simón ordenó cegar a y romper la nariz a cien hombres, a los que puso en fila, guiados por un tuerto en dirección a Cabaret. En Lavaur, ahorcarían a Aimery de Montreal y lapidarían a su hermana, Guiraude, en uno de los actos más crueles de toda la Cruzada. 
Todas estas actuaciones, sumadas al hecho de que Simón se acercaba cada vez más a los dominios de los Condes de Tolosa y de Foix, llevaron al Conde Raimundo VI a pedir la ayuda del Rey de Aragón, Pedro II, recientemente nombrado prácticamente Hijo Predilecto de la Iglesia por Inocencio III por su victoria sobre los musulmanes en las famosas Navas de Tolosa, y que decidido a detener la expansión de Simón de Montfort (y de Felipe II Augusto) en el sur de Francia, decidió tomar las armas, en lo que se convertiría una acción sin precedentes, pues un rey apodado “El Católico” se enfrentaba directamente a una Cruzada convocada por la propia Iglesia. Pedro II trataría de negociar con el líder de la Cruzada en varias ocasiones, pero Simón de Montfort se mostraría en todas ellas altivo y despectivo, y sin intención alguna de detener la Cruzada, así que finalmente, el rey aragonés decidió tomar las armas. El conflicto entre Simón de Montfort y Pedro II de Aragón tendría lugar en la Batalla de Muret, en 1213, y sería una de esas batallas que cambiarían la historia del mundo.

En principio, parecía que Pedro II contaría con la ventaja. Muchos de los señores franceses, acabada la cuarentena, se habían retirado a sus dominios, y Montfort se encontraba en inferioridad de fuerzas dentro del castillo de Muret, cerca de Tolosa. Junto a Pedro II, además de las compañías aragonesas se alineaban los Condes de Tolosa y de Foix. Sin embargo, había tensiones entre los tres líderes, hasta el punto de que los tolosanos amenazaron con retirarse y abandonar a Pedro II; y su convencimiento de que iban derechos a la victoria, hizo que la noche anterior a la batalla, la vivieran prácticamente como si ya hubieran ganado, celebrando algo que no había ocurrido. Al día siguiente, ocurría lo inesperado. Pedro II, campeón de la Iglesia Católica, moría en el campo de batalla de Muret, dando fin a los sueños de expansión catalana-aragonesa, poniendo fin a cualquier posibilidad de resistencia contra los Cruzados del norte, y dejando a su heredero, el futuro Jaime I, en Perpiñán, precisamente bajo el control del hombre que había liderado los ejércitos que habían derrotado a su padre, Simón de Montfort.
Tras Muret… todo parecía acabado.
No lo estaba.

UN BREVE RESURGIMIENTO

El 12 de Septiembre de 1213 había supuesto el final de las esperanzas de los occitanos en que la ayuda de Pedro II supusiera su salvación frente al ataque de los cruzados septentrionales. Pero Aragón había perdido en un solo día además de unos 15000 hombres, a su rey, Foix, Comminges y Narbona. El Concilio de Letrán de 1215 desposeía además a los Trencavel y a Raimundo VI de sus tierras, que pasaban por completo a estar bajo el control de Simón de Montfort, mientras el cisterciense Arnaud-Amalric se convertía en obispo de una de las ciudades más prósperas de la región, la antigua ciudad romana de Narbona, que antaño incluso sirviera como capital del reino visigodo. Y por supuesto, Felipe II se convirtió en el poder tras Simón de Montfort.

La lucha por el dominio del Languedoc se reanudaría, sin embargo, con la muerte del máximo instigador de la Cruzada, Inocencio III, muerto en Perugia el 16 de Julio de 1216, con 55 años, tras haber ocupado el Solio de Pedro durante dieciocho años. Fue sucedido por el cardenal Censio Savelli, que tomaría el nombre de Honorio III, pero en el Languedoc supieron aprovechar aquel interregno. Raimundo VI, que se había refugiado en Barcelona, volvió al ataque, desembarcando en Marsella junto a su hijo, el que sería Raimundo VII. Los occitanos derrotarían a de Montfort en Beaucaire, que al mismo tiempo tendría que sofocar rebeliones surgidas en todo su territorio ante la llegada de su antiguo señor. Eso obligaría a Simón de Montfort a cercar la propia Tolosa en el año 1218, tratando de reducir así un alzamiento popular. Y allí, de Montfort encontraría su final, herido de muerte por un proyectil lanzado por una de las catapultas que defendían la ciudad de su asedio, una manejada por las mujeres de la ciudad. Eso pondría al frente de los dominios del Languedoc a Amaury de Montfort, hijo del antiguo señor y de su esposa, Inés de Montmorecy, pero Amaury carecía del genio militar de su padre, y en los años siguientes iría perdiendo las posesiones que los cruzados habían tomado ante la coalición occitana dirigida por Raimundo VII (su padre había muerto poco antes) y Roger Bernard de Foix. Castelnadaury, Montreal, Fanjeaux, Limoux, Pieusse, el Carcassés, el Razés, Mirepoix…todas volvieron a manos de los occitanos, obligando a los franceses a retirarse, ciudad tras ciudad, hasta Carcasona.
La situación se había equilibrado, y de hecho, había vuelto a un punto muy semejante a como estaban las cosas en los momentos anteriores a la Cruzada, aunque la mayoría de sus protagonistas había muerto ya, siendo reemplazados por una segunda generación. Felipe II había muerto en 1223, siendo sucedido por su hijo, Luis VIII. La situación podría haber sido muy distinta, pero la esposa de Luis VIII no era otra que Blanca de Castilla, que había sido elegida para casarse con el Delfín francés por su propia abuela, la mismísima Leonor de Aquitania, de quien Blanca había heredado el carácter. Fue así que, mientras Honorio III excomulgaba a Raimundo VII, poniendo bajo interdicto sus tierras, por consejo de la reina, el propio Luis VIII se ponía al frente de una nueva campaña para reducir a los levantiscos rebeldes del Languedoc.
Con la presencia del propio rey en tierras occitanas, los rebeldes no tuvieron más remedio que replegarse poco a poco. Los propios habitantes de algunas de las ciudades que habían vuelto al dominio de los Trencavel se revelaron contra sus antiguos señores. La muerte de Luis VIII en Montpensier, tras el cerco de Aviñón podría haber supuesto el fin de la influencia francesa en el Languedoc, pero en Blanca de Castilla, convertida en regente durante la minoría de edad de su hijo Luis IX, mantendría el pulso a los rebeldes occitanos. El último de los Trencavel se vio obligado a huir a Barcelona, y Blanca aplastó a Raimundo VII y el Conde de Foix, que se vieron obligados a firmar en 1229 el infame Tratado de Meaux.
Raimundo VII se vio obligado a viajar a París y hacer penitencia pública por sus pecados antes de reunirse con la Reina Madre, que sería quien impondría sus duras condiciones. En las 22 cláusulas del Tratado de Meaux, se recoge que el Conde de Tolosa se somete a la Iglesia Romana y al Rey de Francia, obligándose a ayudarles a la erradicación de la Herejía en sus tierras. Además, en pago de compensaciones por los perjuicios causados, todos los territorios de los herejes Trencavel, así como las senescalías de Beaucaire y Carcasona pasaban a formar parte directamente del Reino de Francia. La Marca de Provenza quedaba en manos de la Iglesia, y el Conde se comprometía a desmantelar las defensas de varias de sus ciudades, y participar en un nuevo proyecto de Cruzada. Pero además, el destino del Condado de Tolosa quedaba vinculado al Reino de Francia, ya que se pactaba el matrimonio entre la hija del Conde, Juana de Tolosa, y uno de los hijos de Luis VIII. Y en el caso de que de ese matrimonio no hubiera descendencia, las propiedades del Condado de Tolosa pasarían directamente a la Corona de Francia.
Con esas palabras, firmadas en París, Blanca de Castilla finiquitaba la Cruzada contra los Albigenses… pero la persecución no había terminado.

El amargo final

Asistamos juntos a los últimos años de una forma de vida diferente, a los últimos años del Languedoc y los Hombres Buenos.

El origen de su fin lo podemos encontrar varios años antes incluso de la Cruzada, cuando en 1184 el Papa Lucio II en la bula Ad Abolendam creaba, con el objetivo específico de luchar contra la herejía cátara, el Tribunal de la Inquisición y el Santo Oficio, que pasaría a la historia simplemente como “La Inquisición”, nombre que aún hoy da ciertos escalofríos al ser escuchado. Durante años, la Inquisición fue dirigida por los obispos de cada centro episcopal, pero prácticamente con la firma del Tratado de Meaux en 1229, comenzaron los cambios, y en 1231, el Papa Gregorio IX en la bula Excommunicamus, convierte la Inquisición Episcopal en la Inquisición Pontificia, que queda directamente bajo el control del Papa, y que este dejó en manos de una de las órdenes mendicantes recién creadas: la Orden de los Predicadores, que fundara Domingo de Guzmán en Toulouse y que Honorio III habría confirmado en 1216. Pronto comenzarían a conocerse como los “Dominicos”, en honor a su fundador, y con sus hábitos blancos y negros, serían los encargados de extender en más dantesco terror por el sur de Francia, algo que los Templarios enfrentaron, como una de las ordenes que tuvieron como enemigas dentro de Roma.

Mientras franceses e inquisidores se extendían por el Languedoc, los últimos simpatizantes de los cátaros, se retiraban de las grandes ciudades para retirarse a los inexpugnables castillos que habían construido en los Pirineos. Grandes fortalezas como Montségur o Quéribus (conocida como el Nido de las Águilas), donde familias de cátaros occitanos, como los Mirepoix y los Perelha, simpatizantes de los Trencavel, crearon los últimos baluartes para los Buenos Hombres. Mientras, en las ciudades como Tolosa, Albi o Narbona, los inquisidores torturaban, juzgaban y lanzaban a las hogueras a vivos y a muertos, provocando en algunos casos incluso alzamientos de determinados pueblos contra la Inquisición.

Contando con el apoyo de su pueblo, Roger-Ramón Trencavel decidió que había llegado el momento de volver a la escena política y tal vez, invertir las disposiciones del Tratado de Meaux, e irrumpiría, acompañado de los llamados faydits (antiguos nobles y caballeros desposeídos de sus tierras por los franceses) y de la infantería aragonesa en las tierras del Minervés y la Montaña Negra. Carcasona podría haber vuelto a sus manos, pero el senescal de la ciudad, Guillermo de Omes, consiguió, de forma casi heroica, repeler el ataque, y los condes de Foix y Tolosa tuvieron que intervenir para dar cobertura a la retirada del Trencavel hacia Aragón. Sin embargo, el Trencavel había prendido con su actuación la última mecha de la resistencia, y los nobles occitanos decidieron que era el momento de tratar de romper los pesados acuerdos de Meaux.

En 1242, Raimundo VII de Tolosa, el vizconde exiliado de Trencavel, el vizconde de Narbona y el conde de Foix se aliaban y atacaban en conjunto el Rasés, el Minervois, Albi y Narbona, mientras los franceses tenían que retirarse para resistir a Carcasona y Beziers. Luis IX, empujado por Blanca de Castilla no tardó en ponerse en movimiento, y aunque Raimundo VII trató de recibir la ayuda de los bretones, los aragoneses y los provenzales, pero fue ignorado, en parte por el temor político que la Reina Madre transmitía a todos sus contemporáneos, y finalmente, en 1243, Raimundo tuvo que rendirse definitivamente, haciendo un nuevo acto de sumisión ante San Luis, rendición en la que les seguirían el conde de Foix y el vizconde de Narbona. La resistencia política del Midí había terminado, pero la atención de Blanca de Castilla y de su hijo, recaía ahora en las fortalezas en las que los cátaros se habían refugiado en los Pirineos, dándose cuenta de cuan vulnerables les hacían ante ataques procedentes de Aragón.

Siguiendo las órdenes del Rey y la Reina Madre, el senescal de Carcasona, Hugo de Arcís, pondría en 1243 cerco a la fortaleza de Montségur, donde se habían refugiado numerosos cátaros, procedentes de diferentes lugares, y acogidos allí por Ramón de Perelha y Pier-Roger de Mirepoix, además de la propia hermana del Conde de Foix, la legendaria Esclarmonde. Montségur era un lugar prácticamente inexpugnable, construido sobre un pog de 1207 metros de altura, rodeado de escarpados acantilados. Sin embargo, Hugo de Arcís consiguió la ayuda de un grupo de montañeros vascos, acostumbrados a estas montañas, que consiguieron cercar finalmente el castillo, obligando a los señores de Perelha y Mirepoix a capitular, rindiéndose finalmente en la fatídica fecha del 16 de Marzo de 1244. Más de doscientas personas fueron arrojadas a una gigantesca hoguera a los pies de Montségur, el actualmente llamado Camp des Quemats, donde se alza un monumento conmemorativo a las víctimas de la Inquisición, la estela que reza “A los cátaros, a los mártires del puro amor cristiano”, que antes que convertirse al CALOLICISMO, bajaron la montaña y caminaron directo a la hoguera, en un acto de de Fe inquebrantable, y solo se tiraron sobre las llamas, antes que entregar sus almas al Papa.

Quéribus se convertía en el último refugio de los cátaros en el Languedoc, pero también era la última posesión de los nobles occitanos. Su señor, Xabert de Barbaria, llevaba años resistiendo la dominación de los Cruzados, pero cuando en 1255 el rey Luis IX ordenó al senescal de Carcasona (que entonces era Pierre d´Auteil) que cercara la última fortaleza de los Cátaros, misión que encomendó a Olivier de Termes, que conocía perfectamente la zona. Decidido a salvar la vida, Xabert de Barbaria se rindió a Olivier de Termes, y entregó la plaza a cambio de su vida.

La caída de Quéribus marca oficialmente el final de la Cruzada contra los Cátaros, y también del propio Catarismo. Aunque en los siguientes años la Inquisición iría quemando a vivos y a muertos, aniquilando a los últimos cátaros, la caída de los dos castillos supone el fin de cualquier tipo de resistencia organizada que pudiera haber habido. Además, finalmente, el Tratado de Meaux se convertiría en el final de la independencia política del Languedoc, pues ante la falta de descendencia de Juana de Tolosa y Alfonso de Poitiers, tal y como se había establecido, los condados del Midí pasaban directamente a manos de la Corona de Francia en 1271, aunque tanto Luis IX como Blanca de Castilla habían muerto ya para aquel entonces, recogiendo los frutos el hijo de San Luis y Margarita de Provenza, Felipe III de Francia. El último perfecto cátaro, Guillermo de Belibaste, moriría en el año 1321 en la ciudad de Villerouge-Termenes, quemado por la Inquisición, pero para aquel entonces, el catarismo era ya algo perteneciente al pasado.

A día de hoy, algunos estudiosos y nostálgicos de la filosofía cátara, recuerdan con tristeza y esperanza la profecía que decía que tras setecientos años, el laurel del catarismo reverdecería. Profecía que los Templario compartirían y anunciarían que tras 700 años, un nuevo despertar de conciencia nacería y el hombre llegaría a Dios sin intermediarios. Nosotros en el XX y XXI llamamos a esto New Age o espiritualidad, donde el hombre vuelve a las fuentes y mira a Egipto, y Sumerios, como la fuente del conocimiento y el origen de nuestra humanidad. Algo que los Templarios tuvieron y tienen muy claro, de ahí su persecución como herejes también, el culto a Isis, a María Magdalena etc.

Personalmente, cuando pienso en ello, sólo me vienen a la cabeza las palabras de uno de los juglares que recorrían aquellas tierras, Bernat Sicart, y que dejó constancia de su dolor en las siguientes palabras:

Ai! Tolosa e Provença,
E de la Terra d´Agença.
Besiers e Carcassés
Qui t´a vist e te vei.

Ay, Tolosa y Provenza,
Y la Tierra de Agen,
Beziers y Carcasés,
Quien te ha visto, y te ve.




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Filosofía y Pensamiento Ancestral de los Caballeros Ungidos del Temple

"Mi espada, siempre lista, mi corazón abierto, mis oídos atentos al maestro que muestra caminos y mi palabra pronta para quien la necesita".

"NO quitare pecados del hombre, porque herede un poder mayor que el quitar los pecados... herede directo de Dios, la verdad revelada de que el pecado contra Dios es un imposible para el hombre"

"NO volveré a levantar mi espada por una religión, cuando todas son las mismas y todas están dormidas en el mismo letargo. NO hay religión, sino verdades universales que es la palabra en su forma mas pura, el verdadero soplo de Dios"

"No hay libros malditos, sino malditos contra los libros de la liberación y las cadenas que nos han impuesto"

"Los números, liberan, las palabras sanan, los pensamientos conectan, los sentimientos exploran el universo, la acción genera vida"

"La Orden del Temple y sus Caballeros, se han convertido en la escuela del Alma, el cuartel de los sueños, las tropas del Santo".

"El pasado no condena, solo si sabemos mirar atrás, muy atrás, podremos ver la linea de la vida, y entender el camino y el rumbo recorrió. Cuando pierdas el presente, vuelve a entender tu pasado, para reencontrar el sendero"

"Que las lineas de vida del planeta, como las de tus manos, te marquen el camino y el destino de tu tiempo"

"1,22,49 y la trinidad te espera en el desierto"


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