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martes, 14 de mayo de 2013

Vírgenes Negras -III-

INICIACION, ESOTERISMO Y OCULTISMO

La civilización de la Edad Medía era iniciadora. Las Vírgenes Negras poseen una significación esotérica. Sus milagros no eran "verdaderos" milagros, sino los vehículos de un mensaje oculto...
Estas palabras dan miedo.
No son admitidas más que por un pequeño numero de historiadores "oficiales". Para el público, conservan un olor de azufre y un sabor de -cenizas...
Y sin embargo...
¿Como negar las evidencias?
Y pensándolo bien, ¿no son también estas palabras, como tantas otras, las victimas de una especie de racismo, puesto que se refieren a gentes "diferentes", a hombres que no vivían como todo el mundo, que no pensaban como el hombre de la calle, y que fueron perseguidos cuando perdieron el poder y ya no se comprendió lo que ocultaba su manera de actuar y de pensar?
Es verdad que resulta difícil descubrir la frontera entre los verdaderos investigadores, los auténticos iniciados, y la multitud de iluminados, cuentistas, estafadores o desequilibrados que se han atribuido o se atribuyen aun la cualidad de adeptos de las ciencias ocultas.
Sin embargo, es a partir de la intolerancia eclesiástica del siglo XIV, apasionada por "tormentos" (*) y hogueras, que se lanzo, por primera Vez, contra los iniciados la acusación de brujería. Los Templarios fueron las victimas escogidas por los fanáticos de la [El autor juega con el doble significado de la palabra francesa question, que, además de pregunta, en trances anticuado significaba tormento. (N. del T.)] Inquisición, a cuyos ojos aquellos que aparecía como sospechoso de apartarse siquiera un poco de la línea rígida fijada por los Papas era automáticamente considerado como un abominable satélite del demonio.
El "racismo" había nacido, fabricado por aquellos que tenían interés en el, instalándose en la opinión publica bajo la forma sólida y tenaz de los prejuicios.
Antes, ningún problema, ninguna acusación, ninguna desconfianza, sino, al contrario, el respeto mas total y, en la mayoría de las civilizaciones, el poder científico, la enseñanza, la construcción de los monumentos, la medicina, la cultura en general,- cuando no el poder político, eran confiados a los iniciados o a aquellos que se presentaban como tales, considerados "mejores" y "superiores".
La Historia nos enseña que en todas las épocas el carácter misterioso e inquietante de ciertos símbolos no ha dejado de fascinar a toda suerte de desequilibrados, histéricos y libertinos que, no habiendo comprendido nada, bajo el pretexto de sabbats o de misas negras, se entregaron a las peores orgías y a los excesos más sanguinarios. Tales gentes, por la justa repulsa que provocaron, lanzaron el mayor descrédito sobre la vida y la obra de los verdaderos iniciados.
A partir de ellos, los hombres después del Renacimiento exageraron, generalizaron y deformaron las cosas, como siempre ocurre en todos los racismos, como los alemanes del III Reich enseñaban a creer que los judíos eran " traficantes", y tantos americanos que los negros eran "sucios" y "perezosos"...
No obstante, cuando leemos los escritos de los verdaderos iniciados, muchos de los cuales son reeditados hoy, nos damos cuenta de que, lejos de ser adeptos del Maligno, aparecen por el contrario como hombres honestos y virtuosos que consagraron su vida con firmeza y pasión a la búsqueda de Dios, al precio de una ascesis física, espiritual y moral tales que, en la Era cristiana, los mas grandes de entre ellos consiguieron alcanzar la mas autentica y pura santidad,
atestiguada no solo por el fervor popular, sino también por los tribunales oficiales romanos...

Tampoco hay brujería en el ocultista digno de ese nombre, del mismo modo que la explotación de la credulidad popular con fines mercantiles por diferentes técnicas pretendidamente milagrosas o adivinatorias va igualmente en contra de sus verdaderas preocupaciones. Naturalmente discreto por esencia, y particularmente poco deseoso de una publicidad escandalosa, tratara de hacer el bien a su alrededor y su acción social apuntara en todos los niveles a la- promoción y al desarrollo de sus semejantes.
El hecho de que, según los especialistas dignos de crédito, personajes de la envergadura de un Pitágoras, un Aristóteles, un san Bernardo, un san Vicente de Paul, un Pascal o un Newton, entre otros muchos grandes dirigentes y sabios de la Historia del mundo occidental, hayan sido unos auténticos iniciados, debe inducirnos sin el menor genero de dudas a considerar el problema de una manera mas atenta. Estos hombres, que en modo alguno pueden ser sospechosos de brujería, charlatanismo o necedad, nos incitan a tratar de descifrar aunque no fuera mas que una pequeña parte de lo que contiene ese universo de conocimientos que se dice paralelo al nuestro.
Evidentemente, la tarea no es demasiado fácil, por cuanto el ocultismo con que se rodearon desafía desde hace siglos los esfuerzos de comprensión más denodados.
Yo no soy un especialista del hermetismo. Remito al lector a las obras especializadas en las que, junto al fárrago de estudios poco realistas publicados sobre estas cuestiones, encontrara, sobre todo entre los trabajos recientes, estudios claros y de una gran seriedad. Hay varios de ellos en esta colección.
Pero, enfrentado con el problema de las Vírgenes Negras, me di cuenta de que seria imposible llegar a una conclusión correcta, a un enfoque un tanto serio de la verdad, sin recurrir a esta dimensión, e incluso que, sin ella, nada importante podría ser comprendido.
Y mas allá, a través de esas estatuillas, he visto que lo mismo ocurría con respecto a la comprensión de la Edad Medía en general y que negar esa dimensión, como lo ha hecho la historia escolar, conducía a la mayoría de nuestros historiadores y arqueólogos a enseñar a generaciones de escolares lo que, pensándolo bien, hay que calificar en verdad de burradas sabias. Tomada al pie de la letra, la poesía de los trovadores y la del dolce stil nuovo, ¿no es acaso una serie de sandeces recitadas por poetas "monines" e impotentes a una Dama por lo menos reticente y pretenciosa? Los hombres del Mediodía no carecen de galantería ni de elegancia, pero su temperamento se adaptaría mal a esta especie de castidad obligatoria que ha sido calificada de " amor cortes". En cuanto a las catedrales, explicadas como un impulso de fe popular de las gentes humildes, seria una aberración económica realizada por unos hombres al borde de la miseria que mejor habrían hecho en conservar esas 3/4 fortunas así gastadas en acumular algunas reservas en previsión de hambres futuras.
Así se hace patente que toda explicación deliberada y exclusivamente esotérica de los principales fenómenos culturales o religiosos de la Edad Medía no puede hacer otra cosa que presentar esa época como desprovista de toda lógica, conducida ora por locos soñadores, ora por imbécil es que se debatían en la mas completa incoherencia...
Ahora bien, las civilizaciones que la Humanidad ha conocido han sido muy diferentes, pero, no obstante, jamás han sido absurdas en su desarrollo. Es preciso descubrir las claves e cada una, pero una vez conocidas, resulta evidente que su historia no se construye en función del puro azar sino realmente según las reglas siempre lógicas de un contexto sociológico e ideológico dado.

He intentado también la aproximación de estas cuestiones, y someto al lector algunas observaciones, Así como una modesta síntesis, en el bien entendido de que la visión religiosa, científica y moral que aquí se vislumbra condiciona hasta la existencia de nuestras Vírgenes Negras.
El ocultismo es una actitud; el esoterismo, un lenguaje, y la iniciación, un método de conocimiento.
El ocultismo es expresamente deseado y cuidadosamente mantenido por todos los iniciados en cualquier lugar en que se hallen y en cualquier época a la que pertenezcan, Sin embargo, no nos equivoquemos al respecto y no confundamos voluntad de ocultismo y voluntad de secreto. Con ocasión de los grandes bombardeos de la última guerra, las ventanas de las casas eran ocultadas por sus ocupantes. De este modo el enemigo sobrevolaba ciudades enteras, sin enterarse siquiera.
Por el contrario, el conciudadano, el vecino, el amigo sabía que, detrás de la tela ondulada o el cartón, la luz no se había debilitado en la casa y que allí encontraría a los suyos. El que se rodea del secreto no deja huella ni señal; el que se oculta, por contra, multiplica mensajes y puntos de referencia de modo que ciertas personas, con exclusión de toda otra, puedan encontrarle fácilmente. Por tanto, hay huellas, y son visibles.
Estas huellas misteriosas dejadas por el ocultismo constituyen lo que se ha convenido en llamar el lenguaje esotérico o hermético; fácil de comprender para quien posee el código, inextricable batiburrillo para el investigador no enterado que no tarda en perderse en ese dédalo enloquecedor de figuras simbólicas, de geometrías curiosas, de anagramas y criptogramas, de faltas hechas expresamente en esos textos, de latín que debe ser leído en francés, o viceversa...
La primera tentación de muchos es, descorazonados, no continuar. Semejante abandono no es muy grave cuando, como sin duda ocurre en nuestra época, los iniciados constituyen un mundo muy marginal, que practica una ciencia paralela y tiene aparentemente (aunque de ello nada se sabe) muy poco peso en el desarrollo de la historia y la civilización. Sin embargo, esta actitud es nefasta para el historiador que se halla en presencia de una época antigua en la que, como en la Edad Medía, la Iniciación era el fundamento de todos los fenómenos importantes, donde el lenguaje esotérico ocultaba en realidad la ciencia, la literatura, la cultura, la civilización...
Es preciso, pues, proseguir y lograr pacientemente pequeñas y modestas victorias en el desciframiento. Autores cada vez mas numerosos se aplican a ello en estos últimos años, y las puertas que Así se abren permiten, ya que no ver claramente, al menos sospechar extrañas y maravillosas revelaciones. La catedral de Chartres, como sin duda los demás monumentos góticos, guardaba cierta relación con las grandes pirámides y el templo de Salomón, Así como con las notaciones de la música gregoriana... La chanson de Roland, Les recits de la table Ronde o Le Roman de la Rose son textos en clave, del mismo modo que el gigante rabelaisiano Gargantúa, bajo la capa de borrachera, es un personaje fundamental...
Lo importante, a mi juicio, no es tanto traducir a la perfección todos los signos y los símbolos del lenguaje esotérico, sino saber que existen y descubrirlos allí donde se encuentran. Ahora bien, lo que facilita la tarea es que, en cualquier civilización o en cualquier siglo de que se trate, los iniciados o quienes deseaban llegar a serlo emplearon siempre exceptuando algunos matices, las mismas representaciones.
Siendo conocidas algunas de estas, conviene que, cada vez que uno las encuentre, este muy atento, pues podría hacer un descubrimiento. No se debe a la casualidad que las esculturas de las fuentes bautismales de la iglesia de Mauriac en el Cantal se encuentren al lado de una Virgen Negra, ni que cerca del santuario del Puy Velay se levante una torre octogonal de los Templarios... Tampoco es por casualidad que unos ancianos del Apocalipsis sean portadores del matraz alquímico en el gran portal de la Gloria de Compostela, mientras que las leyendas de la villa de Aurillac, patria del extraordinario Gerbert, el futuro Papa Silvestre II, cuentan que este último recogía oro en el río con ayuda de pieles de carneros...
Par darse cuenta de todo esto, no es preciso en absoluto ser un ilustre experto en descifrar escrituras cabalísticas. Basta con mantener los ojos bien abiertos.
Pero, en definitiva, ¿que es lo que ese ocultismo y ese lenguaje hermético podían, pues, ocultar que fuera tan importante? ¿Quienes eran esos iniciados? ¿Que obra perseguían y por que? En esto nos vemos reducidos a conjeturas, pero hay dos cosas que desde el principio sorprenden.

Ha habido un gran numero de iniciados, a veces muy poderosos, desde la mas remota antigüedad y en los lugares mas alejados la civilización caldea, el Egipto faraónico, toda una tradición helenística, los rabinos judíos, los monjes budistas, nuestros druidas galos, sectas musulmanas como los Asesinos, las minorías religiosas de la Edad Medía clásica... Ahora bien, a pesar de las enormes diferencias en cuanto a civilización y medio cultural que surgen a primera vista, a pesar de las diferencias educativas y religiosas, en la misma época en que conflictos a veces sangrientos enfrentaban a esas civilizaciones o a esas religiones, todo parece suceder como si, detrás de los mismos símbolos herméticos, se prosiguiera la misma búsqueda con los mismos fines, las mismas victorias, los mismos hallazgos, las mismas preocupaciones frente al exterior...
Además, parecen abrirse distintas vías para desembocar en el anhelado resultado la vía filosófica y moral, la vía mística la vía científica como la de los alquimistas. Una vez mas, a pesar de las grandes diferencias aparentes entre un gran santo místico en éxtasis y un alquimista en su laboratorio estudiando la reflexión de la luz con vistas a la realización de un vitral catedralicio, hallamos de nuevo el mismo objeto, la misma connivencia, el mismo lenguaje, la misma fraternidad oculta, como si entre todos hubiera en el tiempo y el espacio un hilo de Ariadna, una especie de transmisión milenaria de los mismos secretos, que el hundimiento de los mundos, las guerras o las catástrofes naturales no pueden destruir.
La segunda comprobación inicial es que, para todos, cualesquiera que sean los medios y las técnicas, el único objetivo valido, el fin ultimo, parece ser realmente el acceso y el conocimiento mas perfecto posible de Dios mismo, de un Dios que estaría por encima de los matices existentes entre las religiones, sin que por ello estas religiones sean rechazadas como tales, ni mucho menos.
El pitagórico que hace malabarismos con los números según los acordes y las armonías misteriosas y "mágicos" solamente encuentra accesorios los descubrimientos matemáticos Revolucionarios que pueda hacer. Para el, los números que maneja son sagrados, pues Dios hizo el Universo "en peso, numero y medida", y es, por tanto, a Dios a quien el busca, operando a través de los números su propia mutación de El. El asceta, místico cristiano o monje tibetano, no busca la proeza física como tal, aunque esta en ciertos casos puede permitirle curar enfermos u obtener efectos de levitación. Halla despreciables tanto la fuerza que semejante disciplina le permite adquirir sobre si mismo, como la proyección sobre el mundo que de ella obtiene. Gracias a la depuración de su cuerpo, es su alma lo que libera, y así es Dios lo que el intenta encontrar. En cuanto al alquimista, leyendo sus escritos, uno se convence de que desprecia el oro o el elixir que pretende fabricar en sus misteriosos crisoles. Más que transmutación de los metales, de lo que se trata es de su propia transmutación. Al término de esta, hallara a Dios.
Semejantes comprobaciones no se hacen, evidentemente, a nivel de los mercaderes de horóscopos, de los exorcistas de bazar o de seudo magos incultos y extraviados.
En nuestra época, el santo puede ser totalmente ignorante de los rudimentos de la ciencia, mientras que, a la inversa, muchos sabios no tienen el menor sentido moral. Con frecuencia el progreso científico y las ideas religiosas se contradicen y se enfrentan. Las ciencias, desconectadas de su tronco común, ya no tienen entre ellas mas que vagas conexiones, y el astrónomo podrá vivir en su mundo compartimentado sin preocuparse del biólogo y del físico. Dentro de cada ciencia incluso, se multiplican las barreras cada vez más infranqueables entre las diversas especialidades y subespecialidades.

Nuestra civilización, nacida directamente del Renacimiento por vía de la Revolución industrial del siglo XIX, ha perdido completamente, en su manera de aprehender los problemas, toda visión sintética y global del universo de los hombres y de las cosas. Nadie consigue ya, siquiera en el simple plano de la claridad del espíritu, realizar la unidad entre todos los esfuerzos dispersados y divergentes, y nadie sabe a donde se dirige nuestra civilización. Por el contrario, prodigiosos descubrimientos científicos y la puesta en práctica revolucionaria de sus aplicaciones técnicas se codean con mundos, filosofías y culturas que se han vuelto incapaces de asegurar la promoción humana. El hombre medio se siente superado, dividido, perdido por esos fenómenos centrífugos y, esforzándose en pensar lo menos posible, se refugia y encierra en el confort aséptico de la "sociedad de consumo".
¿Inevitable tributo de la carrera hacia delante del progreso, o bien idea falsa del progreso en donde el hombre ya no manda sobre la técnica?
En todo caso, al menos en el plano de las ideas, es lo contrario mismo de las aspiraciones del iniciado y lo contrario de las civilizaciones que antaño fueron dirigidas y organizadas por grupos o colegas de iniciados.
La Tabla de Esmeralda, misterioso texto esotérico atribuido al dios Hermes Trimegisto, enseña que todo lo que esta arriba esta abajo, como todo lo que esta abajo esta arriba, y que, en definitiva, todo esta en todas partes. Algunas reglas simples gobernarían el Universo en todas sus manifestaciones: tales reglas serian las reglas de Dios; tales reglas serian Dios mismo. Ciencia, moral, religión, vida de sociedad, astronomía o arquitectura, todo estaría gobernado por los mismos principios en la unidad benéfica de esta fuerza de síntesis que ellos llaman Dios.
La Iniciación consistiría, pues, en lograr, en la medida de lo posible, un conocimiento global, universal y sintético de algunos grandes principios de todas las cosas, que permitiría a la vez el descubrimiento de uno mismo, el dominio, la plena posesión de las claves de todas las ciencias y, en definitiva, la comprensión real, la "visión" de Dios. A nuestra diversidad y nuestras dudas, el iniciado opone la certidumbre de la unidad. Para adquirir semejante conocimiento, no basta la inteligencia sola. Es un esfuerzo así mismo unitario del ser entero lo que habrá que desplegar pacientemente, espíritu, corazón y ascesis del cuerpo, tal como aparece expresado en las reglas de vida de las grandes ordenes monásticas que mezclan equilibradamente oraciones, reflexiones intelectuales, trabajos manuales y rigurosa disciplina física.
Así se explica el simbolismo fundamental existente en el lenguaje hermético de la dualidad y de la alteración de representaciones del blanco y el negro, de la luz y la noche.
Emergiendo, gracias a toda clase de operaciones apropiadas, del caos inicial, de su propia noche, el iniciado llega a lo que el describe como la luz resplandeciente y absoluta, el conocimiento perfecto y en profundidad de todas las cosas.
El iniciado cabal, caso de existir, seria al mismo místico admirable, asceta consumado y resplandeciente sabio universal, que domina a sus semejantes y lo que existe, no para dominarlos, sino para revelarlos poco a poco a si mismos.

La perfección total así buscada es representada simbólicamente por el oro, el más puro de los metales. Esto es lo que expresan los viejos mitos y las leyendas alegóricas que evocan la Edad de Oro, el Número de Oro, la Conquista de las Manzanas de Oro o del Vellocino de Oro, la dura búsqueda de tesoros fabulosos (1)... Para el alquimista, Así mismo, el oro filosofal obtenido tras años de esfuerzos representa, no la posesión de riquezas, sino solamente la señal de que su transmutación personal ha terminado y va finalmente a tener acceso al conocimiento.
¿Acaso el oro, la perfección iniciadora, es la representación de la idea de Dios a cuya imagen ha sido creado el hombre y del cual un esfuerzo enteramente particular de su parte permitiría hallar en cierto modo la clave de su misterio?
¿Hay otra explicación que, por lo demás, no se contradiga necesariamente con la primera? Quizá vivió antaño sobre la Tierra una civilización sobrehumana dotada de una ciencia y unos poderes extraordinarios: edad del oro perdida, paraíso terrestre, civilización de gigantes, enigma de la Atlántida... Todo esto habría sido enterrado por razones desconocidas. La representación bíblica del diluvio que volvemos a encontrar bajo otras formas en muy diversos textos religiosos antiguos expresaría este hundimiento de un antiguo mundo superior.
Misteriosamente, se habrían conservado algunas reglas, algunos fragmentos de conocimiento. Ciertos privilegiados podrían, a través de los esfuerzos apropiados, volver a encontrar esos secretos con la misión de transmitirlos a aquellos que fueran dignos.
¿Mito? ¿Leyenda? Sin duda. Creo, sin embargo, que detrás de todo mito, leyenda o cuento popular, se esconden seres o hechos muy reales. Me sorprende comprobar que, en nuestros días, haya aun tantos cortejos folklóricos en nuestras regiones que exhiben gigantes... Los viejos relatos que cuenta historias de gigantes o seres fabulosos de apariencia humana no se encuentran en nuestro patrimonio cultural popular. Además, los descubrimientos de ciertos megalitos, de murallas ciclópeas en la cordillera de los Andes, o de las estatuas de la isla de Pascua, confieren a esta hipótesis un carácter cuando menos inquietante.
Si todo esto llegara a ser verdad, aunque no fuera mas que en parte, se objetara, ¿por que ese deseo de ocultismo aparentemente absurdo?
¿Por que disimular un ideal de semejante nobleza y privar a la Humanidad de revelaciones tan benéficas y enriquecedoras?
Este es el gran reproche, el más extendido y el que vuelve escépticos a tantos observadores. Aquel que hace el bien no se oculta; las doctrinas y las religiones que creen detentar una parte de verdad son proselitistas y misioneras.
Sin embargo, la regla del silencio, salvo en lo que atañe a la transmisión a los demás adeptos a través del lenguaje esotérico, ha sido siempre unánimemente respetada. Ramón Llull escribe:
Todo viene de Dios y a Dios debe regresar. Conservaras entonces para el solo un secreto que no pertenece mas que a El. Si dieras a conocer a través de alguna palabra ligera aquello que ha exigido tantos años de cuidados, serias condenado sin remisión en el Juicio Final por esta ofensa a Su Majestad Divina.

Basilio Valentín, Arnaldo de Vilanova, y mas próximo a nosotros Fulcanelli, todos aquellos que han escrito emplean el mismo lenguaje...
Se comprende claramente este deseo de black out en la época de las hogueras, mucho menos ya en los siglos de tolerancia filosófica y religiosa, y menos aun en esos numerosos momentos de la Historia en que los iniciados controlaban el poder y organizaban por si mismos la sociedad.
¿Detentaban secretos tan pavorosos? ¿Habían adquirido especialmente sobre la materia unos poderes tan terribles? Jacques Bergier lo cree cuando, basándose en las más recientes investigaciones de los laboratorios rusos y americanos, considera posible que los alquimistas, con medios muy simples y poco onerosos, hayan dominado perfectamente y utilizado la energía nuclear... Se trataba entonces de evitar que cualquiera fabricase en una habitación su pequeña bomba atómica.
Examinemos con más detención las recomendaciones de los antiguos alquimistas.
La obra apócrifa atribuida a san Alberto Magno insiste con la máxima energía en la prohibición hecha al alquimista y al iniciado en general de tener relación alguna con "los príncipes y los señores", es decir, con los políticos. El hombre que detenta el poder tratara, casi con toda seguridad, de acaparar el descubrimiento científico, de desviarlo de su objetivo y -utilizarlo con fines de dominación...
- ¿Acaso esta amenaza no es mas que teórica? -
Adolfo Hitler se intereso vivamente, a todo lo largo de su carrera, en las principales doctrinas esotéricas. Obras recientes han puesto de manifiesto, lo cual había escapado hasta hoy a los observadores, que envío misiones científicas dotadas con grandes medios económicos a las lamaserías del Tíbet con el único objetivo, al parecer, de descubrir y descifrar los prodigiosos documentos que se ocultaban en las bibliotecas sagradas y prohibidas... Si lo que sospechamos cerca de los descubrimientos científicos realizados antaño por los iniciados fuera exacto, se comprenderá mejor el miedo profundo de los escritores esotéricos a haber dicho demasiado...
Por otra parte, hoy que la ciencia de vanguardia esta a la merced del poder y que los grandes descubrimientos y realizaciones científicos se efectúan a menudo bajo la egida de los Ministerios de la Guerra o de los mandos supremos militares de los supergrandes, cuantos sabios, descorazonados por la utilización que se ha hecho de sus descubrimientos, sienten la nostalgia de una época en que la ciencia no era comprendida por los reyes y señores, en que los sabios iniciados no revelaban de su saber mas que aquello que juzgaban necesario y suficiente para el provecho de sus contemporáneos.
¿No estarían satisfechos, si pudieran, la mayoría de los sabios rusos, americanos o chinos, de una autentica vuelta al ocultismo? ¿No son significativas la actitud de un Oppenheimer, y aun mas quizá la de un Schapiro? (2).
Por otra parte, ¿acaso no esta naciendo un nuevo ocultismo a nivel de los mas grandes investigadores, dado que su ciencia se halla tan avanzada que el lenguaje que emplean ya no es comprensible mas que para ellos mismos?
Me ha sorprendido grandemente comprobar que en la Edad Medía, sobre todo en los siglos x al xii, los distintos iniciados, o aquellos que parecen haberlo sido, tuvieron la constante preocupación de situar en los tronos laicos o religiosos a hombres que gozaban de su confianza.
Ciertamente, teniendo en cuenta las condiciones políticas y religiosas de la época, esta preocupación es explicable en parte (desde luego solo en parte) por cuestiones de beneficios, de exenciones y de privilegios jurisdiccionales No por ello deja de ser muy significativa para el tema que nos ocupa.

Así ocurre que, en el momento en que benedictinos, cistercienses, templarios y otros comienzan a modelar la civilización medieval, bajo su impulso se crea y se implanta al mismo tiempo la Caballería. Se intenta remplazar al señor feudal inculto y grosero por un hombre instruido, que posee aspiraciones elevadas, el sentido del honor y el del respeto al prójimo.
Toda la literatura caballeresca expresa esa voluntad concertada de inculcar a los jóvenes señores principios aristocráticos nuevos. Esta literatura, no cabe la menor duda, esta escrita en lenguaje esotérico, es obra de iniciados, y son ellos quienes la difunden. Que la realidad hubiera sido muy distinta de los bellos principios, importa poco. Démonos cuenta de esta voluntad deliberada de constituir una minoría moral e intelectual entre los dirigentes políticos en la época que nos ocupa en el presente libro.
Entonces, ¿que habremos de pensar de todo esto? ¿Habrá que dar la razón a los escépticos para quienes ese ocultismo es conservado deliberadamente solo para disimular impotencia y pretensión pedante?
¿Hay, por el contrario, que proclamar la revelación, entusiasmarse y persuadirse de que detrás del velo negro brilla la luz esplendorosa de todos los conocimientos?
Nadie podrá saberlo. Pero es razonable creer que, si bien parece cierto que los iniciados se han transmitido efectivamente desde la mas remota antigüedad ciertos principios, ciertas reglas y ciertas leyes científicas, legitima Perfección, el Conocimiento total, la Iluminación suprema fue, sin duda, un ideal admirable mucho mas soñado y sublimado que efectivamente alcanzado...
Iniciados o no, poseedores de ciertos secretos o no, no debemos olvidar que, después de todo, se trata de seres humanos, de simples hombres, con todo lo que eso representa de grandeza, pero también de debilidad. Del mismo modo que el cristiano de buena voluntad no logra vivir verdaderamente según los principios evangélicos, o el marxista mas puro no edifica jamás enteramente la sociedad socialista, Así muchos de ellos debieron caminar laboriosamente, dados sus humildes medios, superándose a si mismos todo lo que podían para alcanzar su ideal, pero, a fin de cuentas, no avanzando mucho en la ruta...
La Iniciación fue un ideal entre otros ideales, en la historia de los hombres.
Sin duda realmente inaccesible, como todos los ideales, representa una suma conmovedora de fracasos de desalientos, de dificultades, de actos de fe y de esperanza, de gestos humanos, en definitiva, simples y bellos...
Pero también victorias, victorias del espíritu sobre la materia, muchas de las cuales, sea cual sea el punto de vista del observador ante estos problemas, son controlables y verificables. Somos malos jueces para determinar desde el exterior si su concepción del Universo era exacta, o si efectivamente han "conocido" a Dios. Admiraremos la elevación de pensamiento de ciertos monjes budistas o de grandes santos de la Edad Medía y subrayaremos que con frecuencia parecen haber poseído dones y poderes asombrosos, taumaturgia, levitación, insensibilidad al dolor físico, comunicación quizá con el Mas Allá y con otras almas...
No se trata de decir si lo que generalmente se califica de "milagro" es o no una intervención de lo sobrenatural, sino de comprobar objetivamente que existen, y siempre han existido, fenómenos paranormales. La mente escéptica puede no comprenderlos, pero perdería la cualidad de su actitud escéptica si los negara.

Los estudios más recientes sobre la inteligencia humana han establecido que el hombre no utiliza en realidad más que una parte muy pequeña de las células y conexiones entre células que componen su cerebro. ¿Tan absurdo seria imaginar que los resultados de la técnica iniciadora de los ocultistas haya podido ser precisamente la posibilidad de utilizar una parte mayor de su potencial cerebral? ¿Significa esto un comienzo de explicación al misterio de los "milagros"? Los más grandes biólogos, neurólogos y psiquiatras examinan hoy estas cuestiones. Todos presienten que poseemos en nuestro interior unos poderes extraordinarios que dejamos sin cultivar por no conocer su modo de empleo. Considerados Así, los fenómenos llamados paranormales corresponderían simplemente a una utilización más eficaz y completa de nuestras facultades mentales...
Lo que más fácilmente podemos apreciar es la calidad y la seriedad de sus trabajos en el plano científico y, a través del examen de los resultados obtenidos, el valor de los métodos de investigación que han puesto en práctica.
Así, los conocimientos de astronomía de los astrólogos caldeos eran considerables y se acrecentaron sin cesar hasta la Edad Medía. No disponiendo de observatorios comparables a los nuestros y limitadas por tanto sus notaciones a algunos centenares de astros, eran, sin embargo, sumamente precisas y prácticamente son aceptadas todavía como validas. Mejor que nosotros, habían estudiado las interacciones entre planetas y su importante influencia sobre los fenómenos naturales y humanos.
Poco a poco, descubrimos en que medida, y contrariamente a la extendida creencia, los hombres de la Edad Medía eran excelentes cartógrafos y geógrafos. Sabemos también que las Matemáticas, la Geometría y el Algebra son enteramente obras de iniciados griegos, árabes y hebreos. El asombroso Papa Silvestre II, del cual volveremos a hablar, invento, o cuando menos introdujo, en Occidente el astrolabio, el reloj de pesas y una maquina misteriosa en la que todo induce a creer que se trataba de un primer tipo simple de ordenador, y esto en pleno siglo x..
Medicina, química, física, todas esas ciencias eran practicadas exclusivamente por los alquimistas o por gentes que les eran allegadas en todas las civilizaciones orientales y en nuestra sociedad medieval. Conviene recordar que, en la Edad Medía, tales ciencias no tenían ninguna existencia ni ningún desarrollo aparte de las investigaciones alquimias.
Lejos de ser considerados como cuentistas, los alquimistas y quienes gravitaban en torno a ellos eran, en el sentido pleno de la palabra, los sabios, los únicos, los que estaban encargados de enseñar en las universidades
Médicos iniciados, como Paracelso o Van Helmont, hicieron descubrimientos científicos considerables y elaboraron tratamientos aun utilizados en nuestros días.
El hombre de hoy, un poco abrumado de antibióticos, ¿no busca a veces una Medicina que, como en aquella época, supiera utilizar tan bien las virtudes curativas de las plantas, de los cartílagos o de los metales? La cirugía medieval era rudimentaria, la profilaxis no se conocía y la mortalidad infantil era considerable. Al menos en estos planos, la Medicina moderna manifiesta una superioridad aplastante. Pero, demasiado alopática y química, tal vez habría podido aprender de los viejos remedios de aquella época, simples, sin efectos secundarios y a menudo muy eficaces para la curación de muchas enfermedades corrientes.
En Física y en Química, entre muchos otros descubrimientos realizados por alquimistas, citemos el agua regia y el acido nítrico (por el sufi Djabir ibn Hayyan, en el siglo VIII), la potasa cáustica y la descripción del miñio y del albayalde (Alberto Magno, ll9 l28O), el bicarbonato potásico (Ramón Lluli, l23 1315), los ácidos sulfúrico y clorhídrico (Basilio Valentín, en el siglo Xv) el cinc (Paracelso en el siglo Xv también), el fósforo (Brandt, alquimista alemán del siglo
XVI), todo ello surgido de los crisoles y de las cuevas de las que tanto se ha burlado la ciencia moderna en el siglo Xix...
El propio Newton, el gran Newton, dejo tratados esotéricos aun hoy intraducibles, cuyo desciframiento no dejaría de sorprendernos. John Maynard Keynes, por su parte, consideraba a Newton, no tanto como
el primero de los racionalistas como el "ultimo de los magos".

En cuanto a la transmutación de los metales, no solo fue testimoniada en diferentes épocas por testigos dignos de crédito, sino que hoy se lleva a cabo sin problemas en los laboratorios más oficiales. Se revela, sin embargo, como sumamente onerosa. Pero, si la transmutación es científicamente posible al precio de un consumo de energía considerable, bastaría con imaginar que los alquimistas dispusieron de un medio más simple, de un catalizador poco costoso y particularmente eficaz, que ellos denominaban simbólicamente " piedra filosofal"...
Los extraordinarios medios financieros de que dispusieron un Nicolás Flamel, un Jacques Coeur o los propios Templarios no han sido, en cualquier caso, explicados jamás.
Enigma tan grande como el financiamiento de las grandes catedrales románicas y góticas que surgieron a centenares en Francia en tres siglos y que, mejor que nada, permiten juzgar no solo los conocimientos científicos y técnicos, sino también la orientación fundamental de tales conocimientos en los iniciados.
Se ha escrito ya mucho y muy bien acerca de las grandes catedrales, como Así mismo sobre los principales templos griegos y sobre las pirámides egipcias que ofrecen un interés comparable y unas relaciones estrechas entre si.
Estos monumentos no solo han desafiado el paso del tiempo, sino que en muchos casos, han resistido muy bien los mas graves incendios y catástrofes naturales. El misterio de su concepción y las proezas de su construcción revelan conocimientos absolutamente extraordinarios ante los cuales nuestros más grandes arquitectos hacen un pobre papel. No esta solamente el hecho de la belleza estructural de tales edificios y el impresionante gigantismo de sus dimensiones, sino que, por encima de todo, asombra el modo genial de los maestros de obras de utilizar espacios y proporciones para conseguir dar un alma a aquellos monumentos.
Todo hombre un poco sensible, en una catedral no demasiado restaurada, experimenta una extraña impresión de bienestar y comunicación con el Espíritu. Siente la necesidad, si no de rezar, al menos de reflexionar y meditar. Está hechizado por la misteriosa magia de la piedra y por la de los vitrales cuyo procedimiento de captación de la luz, por otra parte, es un secreto definitivamente perdido que los mejores vidrieros no consiguen volver a encontrar a pesar de las técnicas más modernas.
Que lección para nosotros que hemos edificado en este siglo xx tantas ciudades gigantescas de hormigón que han engendrado en sus habitantes verdaderas enfermedades psicológicas nuevas, que han multiplicado las depresiones nerviosas y acrecentado la delincuencia especialmente juvenil! ¿Y cuantos monumentos resistentes, bellos y que proporcionen expansión a los hombres, hemos construido desde finales de la Edad Medía?
Nuestros arquitectos y nuestros urbanistas intentan, a menudo con pasión, lo cual les honra, encontrar los secretos de la ciudad ideal, de la ciudad radiante, del hábitat que trasciende al hombre.
Pero aquellos que realizaron Chartres, Reims o Notre-Dame de Paris eran capaces, no solo de concebir grandiosas construcciones arquitectónicamente perfectas, sino que dominaban la materia hasta el punto de utilizarla de manera que ejerciera sobre el hombre acciones benéficas y purificadoras. Eran los gremios de artesanos, cuyo carácter iniciático y relaciones con los alquimistas nadie discute.

Los benedictinos y los cirtercienses llevaron a cabo en sus tierras, que eran considerables, una obra de promoción social que aseguraba a sus paisanos la paz, la seguridad y el maximum de libertad posible en aquella época; con el transcurso de los siglos formaron allí los obreros y artesanos admirables que se establecerían en las ciudades en forma de poderosos gremios. Los iniciados de la Edad Medía, al mismo tiempo que creaban y educaban una aristocracia caballeresca, instauraban en Europa la primera aristocracia del trabajo.
Un alquimista persa del siglo Ix trascendió el modesto escaramujo y obtuvo de el la primera rosa. Esta se convertirá en el rosetón de las catedrales, el símbolo de los adeptos del Ars Magna, y, hasta nuestros días, la flor emblemática de Nuestra Señora.


NOTAS DEL CAPITULO III
(1) Por desvío de los matices locales, merced a una misteriosa transmisión, la tradición oral de las provincias francesas se liga, y Continua por lo demás, el viejo fondo mitológico de la Humanidad...
-Así, entre los antiguos cuentos populares de la Auvernia que tan amorosamente han sido recogidos por Marie Aimiie Meraville [Contes dAuverne (l9 6) y Contes Populaires de Auvergee (1970), herencia de relatores cuyo origen se pierde en la vieja noche céltica, podemos hallar una historia de bella de cabellos de oro que no es más que la transposición de la historia de Jason y el Vellocino de Oro. Otra, titulada "El silbato, la princesa y las manzanas de oro" se enrosca con el episodio de las Hespérides.
-(2) Ichapiro es el sabio americano que consiguió por primera vez crear vida en el laboratorio. Rápidamente tuvo conciencia del empleo que los Gobiernos harían seguramente a este extraordinario descubrimiento. Desapareció bruscamente con sus escritos, su biblioteca y su laboratorio...

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